Son las 20.54 horas del domingo. Alerta en el móvil. Empate en el Ayuntamiento de Valencia, dice el mensaje. Vaya noche. Serrat levanta al público con las primeras notas de Mediterráneo y uno —y el vecino de la fila de delante— preocupado por los resultados electorales, usando el móvil no para acribillar a fotos y vídeos al artista. Cuando empezó el concierto, los colegios electorales aún estaban abiertos, aunque si en la sala principal de Les Arts pusieran una urna, el Nano arrasaba: sale (traje negro y camisa gris, sin corbata) y, antes de que abra la boca, buena parte de los asistentes, que volvían a llenar el aforo, irrumpe en pie en un aplauso. Ocurrió lo mismo el sábado, cuando reaparecía tras cancelar los conciertos de Zaragoza, Girona y Madrid por una traqueolaringitis. Las secuelas se notan aún cuando arranca Cançó de bressol, aunque Serrat es para su público mucho más que una voz, hoy no en sus mejores condiciones. El catalán llega con un elegante juego de luces y una puesta en escena sobria e íntima (solo un luminoso detrás con su firma). Como íntimos son los arreglos —con un aire francés y jazzístico— buscados por Ricard Miralles y Josep Mas Kitflus para estas canciones de toda una vida. Cincuenta años en los escenarios, que es lo que conmemora. Serrat acaba la primera canción y saluda a esta «terra sensual i lúdica». Luego llegan De vez en cuando, Temps era temps, nuevas palabras, Cançó de matinada, Penélope, Algo personal, Para la libertad, Res no és mesquí (su mejor canción de amor, dice él), presenta a Sole Giménez, con la que acaricia Aquellas pequeñas cosas? Pasa la noche, llegan los bises, Paraules d'amor y no hay ceja que valga: ni una mención a las elecciones, aunque uno, periodista, piensa que algo enfermo está porque imagina una sonrisa cómplice de Serrat al cantar que «hoy puede ser un gran día», que «seria fantàstic que no perdessin sempre els mateixos», o que «al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar». ¿Y si no es un sueño?