Es casi imposible contar por escrito lo que no se puede contar con palabras, ni tan siquiera gestos. La decepción de ayer solo se explica en el rostro desencajado de ese desconocido que vino a abrazarme derrochando lágrimas al final del partido. Se explica en las manos llevadas a la cabeza por la gente que ayer casi llenó Castalia y que esperaba una llamarada de pasión que volviera a incendiar el fuego albinegro que llevan dentro. Y no sucedió. Y toda palabra, gesto, imagen, se queda corta para expresar que ayer nos volvieron a dar una patada en la frente cuando asomábamos por el agujero.

Escalar para ver la cima y después resbalar. Porque tuvimos la cima, la esencia y la esperanza a metros de distancia que no se supieron definir. La tuvimos ahí, una y otra vez, representándose milagrosamente en forma de penalti al palo y reencarnándose Álvaro en el Mesías esperado. Tuvimos el cronómetro a nuestro favor, incluso, la sentencia no llegó hasta que cayó el sol. Y nada. La nada más absoluta. Kilómetros y kilómetros de nada. De nada y decepción. Porque esperé y soñé con un partido difícil. Pero nunca creí que el Castellón fuera a acusar tanto esa presión suicida.

Quizá, lo que todos andábamos deseando, ese fiel reflejo del sueño albinegro de ver, por fin, su estadio lleno y vestido como antaño, se volvió como un arma de doble filo para ejecutar el harakiri albinegro. Tristeza e incertidumbre. Sobre el verde nunca se vio a once hombres con la deliberada esperanza de llevarnos a otro pozo que ahora consideramos gloria. Nunca se creyó con claridad en el ascenso. Y esa fue la primera y principal decepción. El Castellón no estuvo a la altura.

El fútbol es muy cabrón. El fútbol únicamente vive y soporta la realidad del presente, sea cual sea el pasado, arrasa con él. No ha servido de nada cabalgar con paso firme en Castalia durante siete meses, si llega el día señalado y te desplomas por tu propio peso. Decepción y llanto, síntomas inequívocos de que el fútbol no perdona. Y el Castellón es otra víctima. Siempre la misma víctima.

Pasión del que escribe y pasión de los que sufrieron en las gradas. Pasión del cuerpo técnico y pasión del equipo. Pasión insuficiente. El Linares restó pasión y abusó de inteligencia. Premio. Fueron mejores, ganaron en cualquier situación de incertidumbre y se llevan el premio gordo a su casa.

El sol volverá a salir mañana, la fuente seguirá regando ajena a todo y el Castellón volverá a tener otra oportunidad. La que se ganó en el campo con inteligencia, pasión y fútbol. Ayer ya es pasado. Hoy nadie se rinde.