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Observar la ciudad desde la bicicleta

Te das cuenta de que en una ciudad no hacen falta artilugios sofisticados de orientación, sino que una bici es suficiente para deslizarse por el mundo y capturar el eterno pedalear de la realidad Pongo rumbo a los barrios construidos en los tiempos en que no se pedía permiso para levantar una casa

Observar la ciudad desde la bicicleta

David Byrne, líder del grupo Talking Heads, nos relata, en «Diarios de bicicleta» (Random House, 2010) su experiencia por el lado B de diversas ciudades (Buenos Aires, Berlín, Nueva York o Estambul) con su bicicleta plegable. Las estampas que dibuja son un discreto alegato a favor de la ciudad. Byrne sabe bien que el cemento, el vidrio y la piedra (por invocar una canción suya), nos esculpen. Las calles, los barrios, los árboles en los parques, las glorietas nos dan forma. Byrne disfruta de los numerosos sabores de lo urbano: el anonimato que permiten las grandes concentraciones y la intimidad de ciertos barrios. Ciudades vivas, sensibles, en movimiento. Observar una ciudad, involucrarse en ella es uno de los grandes gozos de la vida. Es parte, dice Byrne, de lo que significa ser humano. Y decido observar Castelló desde la bici.

Me descargo el plano de la red urbana que puede recorrerse en bicicleta (el neologismo ciclable ni me gusta ni lo he encontrado en ningún diccionario), me dirijo a una tenencia de alcaldía y y me doy de alta en el servicio de Bicicàs. Adquiero un abono semanal (6 euros y un recargo de 10 euros por la tarjeta y el faro) y me dirijo a un punto de préstamo. El sol, en esta ciudad, cuando se refleja en una pantalla, ya sea en una de los numerosos cajeros automáticos que me encuentro o en la pantalla del punto de anclaje del Bicicàs, siempre es un problema. Una vez solucionado el trance de poder leer en pantalla, te montas y te das cuenta que en una ciudad no hacen falta artilugios sofisticados de orientación, sino que una bici es suficiente para deslizarse por el mundo y capturar el eterno pedalear de la realidad.

Espejo retrovisor

La arquitectura funciona como un espejo retrovisor, nos habla continuamente del pasado. Es aquello que perdura para recordarnos las doctrinas, las modas y los anhelos de una generación. Incluso en su ausencia, por efecto de la dictadura del tiempo o de los designios de las generaciones siguientes, continúa lanzándonos mensajes. Coge la bici y pon rumbo a los barrios construidos en los tiempos en que no se pedía permiso para levantar una casa, sino que se compraba un solar y uno mismo se construía su vivienda. Luego vendrían los pisos construidos deprisa y corriendo en los 60 y 70, que se levantan escoltando la cotidianidad de un entramado urbano improvisado. En determinados proyectos arquitectónicos ocurre que su calidad técnica y estética irrefutable está oscurecida por la sombra política a cuyo resguardo fueron levantados. Se crea entonces una mezcla de sentimientos, encontrados hacia ese edificio, esa plaza o ese memorial, que, aun despertando admiración, no deja de contar una historia agridulce. Estos barrios periféricos forman parte del paisaje urbano de las canciones de Zebda o de DAM. Construcción simétrica, comité de evaluación de costes, planificación y apelotonamiento. Le broit et l'odeur...

Avanzo en mi recorrido por la periferia y la huerta se me abre como un mundo extraño. Con los nombres de ríos, pueblos y montañas que encuentro en el nomenclátor de esta parte de la ciudad, podría componer un sonoro poema adornado de exotismo. Unas cuantas alquerías resisten enclavadas entre polígonos industriales. Vidas rurales de tradiciones y palabras que se pierden. Aperos de labranza y caballones. Lechugas y cebollas entre escombros y contenedores.

Un chaval de unos 15 años quema una piedra de hachís delante mío con postura de experto de barrio. Las gafas oscuras esconden unos ojos pasados de vuelta. Abalorios dorados, camisetas sin manga. Canis y pokeros ante un coche tuneado ¿Qué puede incitar a una persona a tunear un coche?¿Sobresalir de la masa? Princesas de top ajustado y chándal que esquivan los acordes de Camela y el reggaeton que expulsan los altavoces del coche mientras la compulsión de sus dedos teclea whatsapss. Es esta una generación movildependiente? Quizás, pero no sólo por el accesos a la comunicación, sino por la necesidad de sentir que alguien piensa en nosotros, que nos sigue, que nos tuitea, y que contamos con ese alguien parecido a un espectador de nuestra vida a fin de que nuestros actos tengan más sentido.

Me siento en un banco a observar. A mi lado, bajo un árbol, unos yayos juegan a las cartas en una mesa y beben anís del Mono. Enfrente, un Simca 1200. Asociación de ideas y arqueología de los recuerdos. Caramelos Sugus, el cubo de Rubik, el diccionario Iter de Sopena con sus banderitas, el cartel de Nitrato de Chile que había en la entrada de todos los pueblos. Una valla publicitaria, un cartel luminoso de una marca de bebidas, la cubierta de un libro o de un disco. Un paquete de cigarrillos. La imagen llama nuestra atención, nos informa, nos emociona. Nos ayuda a construir mundos paralelos que se instalan en nuestra imaginación y memoria colectiva. Un universo gráfico que acaba siendo un referente destacado gracias al poder de la imagen y a su vínculo emocional.

«Framenco»

Ante el coche tuneado se van agrupando los que parecen miembros de una familia: la Sheima, la Vane y el Yonah. Hacen apología del artículo determinado antepuesto a un nombre propio. Juraría que han calificado la música que expulsan los bafles como «framenco». Paisajes de un barrio enclavado en las afueras de la ciudad. Entre la periferia y la huerta. Entre el ruido de la urbs despersonalizada y los ecos de una tradición que se pierde a golpe de ignorancia, autoodio y cemento.

El Yonah (o como se escriba ese hipocorístico) se impacienta: mira hacia arriba y, por el balcón, asoma una barbie cani. Venga, Reichel, baja la raja!, que nos la piramos, vocifera. Ante tamaña declaración de amor en la periferia, solo deseo que cuando el ministro del Interior salga en la próxima comparecencia, incluya a la familia en la lista de organizaciones terroristas. O por lo menos, a la familia del Yonah.

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