Estamos en la semana de los debates. Debates a cuatro, debates a tres, debates a dos, debates para todos. Menos para Rajoy, claro. En su caso es debate, en singular, sin s. No sea que los muchachitos se le suban a las barbas. Es lo que tiene ser presidente, que uno no tiene tiempo para debatir porque anda muy liado gobernando. Dicho lo cual y de la misma forma, creo que acierta en su estrategia. Otra cosa es el respeto a la democracia y a los votantes que ello tenga o deje de tener.

Sea como fuere, todos coincidimos en que es sano que se puedan comprar opiniones diferentes sobre cualquier asunto. Que existan alternativas y posibilidad de elección y, que sin ello, el tufo a rancio acaba por impregnarlo todo en cualquier ámbito. Pasa en la política y pasa en el fútbol. Si borramos el debate sobre las alineaciones, el futuro del entrenador de turno, lo acertado o no de ciertos fichaje y la polémica y el morbo constante con los medios envuelven cada jornada, la realidad nos dejaría el fútbol tan solo en un deporte. Y eso, estoy convencido, borraría miles de adeptos.

Desgraciadamente en el Villarreal, las lesiones nos han dejado sin debate. Sin debate en el lateral derecho, aunque tampoco es que lo hubiese en exceso con Mario en condiciones. Con el único posible en el izquierdo al respecto del futuro de Jokic: ¿Vale la pena que continúe tras el mercado invernal o se apuesta definitivamente por Adrián Marín como alternativa? Sin discusión posible sobre los delanteros que deben jugar cuando los que hay no cumplen con las expectativas: No hay más cera que la que arde y con ella se deberá prender la mecha. O helarse de frío, que por momentos es el caso. Es lo que sucede cuando la alternativa es inexistente. Y desgraciadamente todavía quedan algunas semanas de travesía a través del desierto en el que se ha metido.

Con el panorama actual, la victoria del pasado fin de semana ante el Rayo cobra una importancia capital. Pese a que fuera como fue, aunque el fútbol ofrecido por momentos distara mucho del que se debiera esperar de un equipo como el Villarreal. No ganar era sinónimo de problemas, de mal rollo. Y de momento el golpe se ha parado. Mañana llega un segundo capítulo y una nueva exigencia. En este caso el tropiezo castiga con un cruce demoledor en los dieciseisavos de la Europa League. Aunque la victoria, dado el nivel que se aventura para la segunda fase de esta competición, tampoco es que otorgue una perita en dulce como premio: No parece que las haya y tampoco debiera preocupar en exceso. Borussia Dormund, Manchester United, Monaco, Sevilla, Nápoles, Fiorentina , Galatasaray, Liverpool y un largo etcétera de igual o similar nivel invitan a no obsesionarse con el rival que pueda tocar en suerte o desgracia, que el tiempo dirá. Siendo realista, el Villarreal no está a día de hoy entre la terna de los favoritos , por lo que mejor será disfrutar del rival que el sorteo depare. Y si la historia da para más, pues mejor.

Y el domingo el Madrid de Florentino. El que nunca hace el ridículo, el del ser superior. Al que entre todos nos confabulamos para que lo apeen de la Copa. Federación, Liga, Villarreal y la panadería de la esquina. El único del mundo al que no envían faxes avisando de las sanciones. El que paga cien millones por jugadores, gana Copas de Europa, se compra la guerra de las galaxias al cuadrado pero es incapaz de tener a nadie en su organigrama capaz de levantar un teléfono en verano para confirmar si los jugadores que fichan están o no sancionados. Pero no se les ocurra buscar culpables en ese modelo de perfección. Como ya cantara Gabinete Caligari, «La culpa fue del cha-cha-cha».