Las denuncias en sede eclesial contra Javier Salinas por su estrecho vínculo con Sonia V., su antigua secretaria en el Obispado, no han sorprendido en los respectivos entornos de ambos. La familiaridad en el trato que se dispensaban mutuamente el prelado y su empleada llamó la atención y alguna que otra alerta a parte del personal en las dependencias y oficinas de la Iglesia. Lo mismo ocurría entre los próximos a Valenzuela y su marido. Éste ha terminado por acusar a Salinas ante el Vaticano de romper su matrimonio. También ha presentado una demanda de separación en los juzgados de Palma.

El propio obispo que niega haber conculcado la doctrina de la Iglesia admite que su relación daba pie a malinterpretarse pero calló que durante semanas él y su secretaria de relaciones institucionales se intercambiaron dos alianzas con el nombre del otro grabado.

Complicidad es la palabra que mejor define el vínculo que exhibían en público el prelado y su colaboradora, como en el viaje a Washington de los mallorquines que acudieron a la canonización de Junípero Serra, a mediados de septiembre. Valenzuela llevaba oficialmente unos quince días con el nombramiento en mano, y fue la sombra de Salinas. «Estaban casi siempre juntos y se les notaba mucha afinidad», coinciden en resumir dos miembros de la expedición.

Pendiente del prelado

«Ella estaba muy pendiente de él, de cómo iba vestido», y en ocasiones «incluso le tuteaba delante de la gente», muestra su extrañeza un integrante de la comitiva, católico practicante que «no sospechó nada raro» pero sí le «llamó la atención» que una mujer casada, alineada en las posturas más ultraconservadoras de la Iglesia, tuviera tanta intimidad con el líder de la Iglesia en Mallorca.