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Industrias muy ligadas a la «terra»

De la naranja y la algarroba se quisieron implantar sendos derivados industriales que fracasaron en el intento

Imagen imponente de «La Garrofera Industrial», en el término municipal de Almassora. Panel cerámico del fertilizante Nitrato de Chile.

El cultivo del cáñamo fue predominante en el término de Castelló hasta el colapso de la fabricación de maromas por el declive de la navegación a vela. Éste ya nos sirvió de ejemplo para establecer los vínculos entre una producción agraria concreta y su manufactura asociada. Las plantaciones del cànem con el hort dels corders no fueron la excepción, pues en todos los cultivos extensivos de la comarca observamos asociaciones similares. Se podría afirmar que la terra castellonense fue el elemento determinante para la aparición de una incipiente, y en ocasiones fracasada, industria local. De este modo, junto a la mentalidad tradicional de los labradores, se alzaron las figuras de individuos avanzados que, en ocasiones, fueron incomprendidos.

Si la aparición del vapor colapsó la producción de sogas en aquel huerto de la ciudad, el motor de explosión también repercutió negativamente en la silvicultura del Maestrat y la vecina Teruel, pues el abastecimiento de pinos para la construcción de barcos decayó. Desde antiguo, el municipio de Mosqueruela proveía madera a las atarazanas de Cartagena. Pero hasta llegar hasta aquel cantón, los árboles talados habían de recorrer la «ruta de la fusta» para alcanzar Orpesa y hacerse a la mar. Los troncos pasaban de Aragón a buscar Ares y descender, luego, por la Rambla Carbonera y la de La Viuda. Todo el recorrido estaba jalonado por hostales al servicio de los trajiners. Desde la Pelejana, atravesaban el Pla de l'Arc y, por el Miravet, llegaban al Mediterráneo.

Otras maderas auxiliares fueron las extraídas de los pinares de Sant Joan de Penyagolosa, para aprovisionar de traviesas al ferrocarril. También las maderas de Vilafranca, de inferior calidad, que servían para armar los cajones con los que encaixar las naranjas de la Plana. Entonces hubo quien dijo que los cítricos de Castelló hundían sus raíces en las pinedas del límite provincial.

Unas industrias fallidas

El primero de los experimentos industriales al que nos referimos está asociado a las pujantes cosechas de naranja, o, por ser más exactos, a las piezas de segunda, del repom y del retrio. No tanto de las que quedaban en el suelo que tenían salida como alimento para las bestias estabuladas. El caso es que en los años 50, el Sindicato Vertical de la dictadura promovió la creación de una industria asociada a la actividad agrícola. Esta «pelaora» (si podemos llamar así a algo que no llegó a existir) había de elaborar confituras y jugos envasados con los excedentes cítricos de cada campaña. La idea surgía en un momento de crisis exportadora y pretendía estabilizar los precios, siempre al albur de la caprichosa ley de la oferta y la demanda. Sin embargo, los productores recelaron de la iniciativa de los falangistas, elementos más interesados en promover el enchufismo que la eficacia. También es cierto que los labradores, mayormente, eran tradicionalistas y, por tanto, reacios a los cambios. El choque de mentalidades estaba servido y la instalación de la industria de la mermelada y los zumos cien por cien naturales no vio la luz.

Otra iniciativa pareja, y también nacida en aquella década, la encontramos en una idea que sí cristalizó: La Garrofera Industrial S.A. Si recordamos el reto que lanzó un ministro del ramo a los científicos del CSIC y, entre ellos, al botánico Calduch, para que hallaran un sustituto nacional al caucho extranjero en plena autarquía, hallaremos el germen de esta iniciativa castellonense.

El garrofí es el hueso de la algarroba de la que se disponía sobradamente. De este pinyol, una vez separado de la carne comestible (para forraje o para sucedáneo del chocolate), se extrae un producto de propiedades similares a aquella materia prima de importación básica para la fabricación de elásticos. La Garrofera, un edificio de ladrillo que se erigió en Almassora frente al Mijares, contó para la inauguración con la presencia del Delegado Nacional de Sindicatos, José Solís Ruiz, que luego llegó a ser ministro de Trabajo y «sonrisa del régimen». A pesar del prometedor futuro, que el jerarca auguró a la empresa en su parlamento, su vida fue efímera. El alto cargo, al conocer la noticia del cierre, no salía de su asombro y no alcanzaba a comprender el porqué del fiasco. Más si se pensaba que el garrofí, en tan corto período de existencia, se había demostrado muy eficaz para los fabricantes de gomas, un sector que nunca conocía la crisis.

Por último, la agricultura, aunque fuera por una adversidad como la helada del 56, hizo que unos llauradors de Vila-real, auténticos emprendedores donde los haya, viendo arruinada la cosecha, decidieron arrancar los árboles enanos y levantar naves para la fabricación de manisas. En conclusión, no resulta difícil aventurar que la única industria que prosperó en la comarca de la Plana justo fue la que no se concibió como complementaria de las actividades agrícolas, puesto que sus pioneros sólo tomaron de la tierra la arcilla.

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