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El Momento

Hace una década, recuerdo, el ayuntamiento valló los alrededores de Castalia. Había que evitar que los indigentes durmieran al cobijo de las puertas de entrada. Como todo el mundo sabe, gracias a esa medida humanitaria, ya no hay pobres en la capital de la Plana.

En política, con frecuencia, los problemas no se resuelven. En política, a menudo, los problemas se aplazan o se vuelven invisibles. Los pobres importan menos si no se ven: por eso en Girona candaban los contenedores al anochecer. Los problemas son menos, son nada, si las consecuencias se las comen otros.

Durante mucho tiempo y en el mejor de los casos, con el Castellón, aplazar y parchear problemas es lo único que se ha hecho. Quizá atendiendo a esa tradición tan castiza de dejar todo para última hora, todo remiendo ha valido con tal de prolongar un estado miserable que convenía a casi todos. El equipo juega, se paga de momento con apuros, se va trapicheando la rutina, la protesta se desbrava en su indefinición y los años pasan sin pasar, como si durmiéramos un coma colectivo, como si viviéramos en una orilla de confusa realidad paralela.

Ahora bien, el problema de fondo sigue ahí, y del programa de aplazamientos se está pasando al borrado de huellas. El enjaulado de Castalia es metafórico, pero igual de definitorio, porque nadie elige un desierto para plantar naranjas. Frente a eso, el albinegrismo tiene que dejarse notar, por muy difícil que sea, por mucho que duela, más que nunca tiene que resultar visible y ruidoso, y por eso entiendo pero no comparto la deserción voluntaria de algunos orelluts. Si el albinegro se vuelve invisible, si no se le ve, en casa o fuera, cuando llegue el momento de intervención política que salvo sorpresa llegará, el Castellón no existirá.

Habremos perdido, habremos perdido bien.

En contra de la supervivencia del Castellón juega también un mantra perezoso, asimilado a fuego lento en la provincia. El dinero público no está para el fútbol sino para cosas más importantes. Esas cosas, sin necesidad de entrar en odiosas o flagrantes comparaciones con otros clubes de la Comunitat, no suelen ser precisamente hospitales, colegios y viviendas sociales, si me admiten el sendero de la demagogia. Esas cosas pueden y suelen ser sociedades de cualquiera de las industrias que existen en el país, todas ellas por supuesto subvencionadas directa o indirectamente, o asuntos vitales como festivales de música, carreras populares, deportes y deportistas variados, periódicos que no leen ni los que los escriben, centros de tecnificación que no usa nadie, asociaciones de culto al macramé y una larga lista que termina con las imprescindibles, cómo no, etapas de la Vuelta Ciclista a España.

Como el fútbol, y no hablo solo del de las estrellas, también genera impacto económico, se pongan como se pongan, y también familias dependen de él y demás argumentos sobados a conveniencia, podríamos corregir y simplificar ese interesado estado de opinión: el dinero público se está utilizando para todo menos para ayudar a salvar al Castellón.

Lo gracioso del tema, o no tan gracioso, es que esa idea-fuerza goza de una gran aceptación entre la afición albinegra. Les parece bien. Nos parece bien, porque lo contrario es un gran tabú, no te vayan a acusar de no sé qué, hermano, repite conmigo: el dinero público no está para eso. Y llegará el momento de la verdad y, como ya ha pasado en algún lance anterior, no se pedirá dinero a los políticos, y quizá yo el primero otra vez, ojo, sino términos abstractos como apoyo o liderazgo. Llegará el momento en el que el lastre de Cruz solo sea una excusa, una de tantas, y por no defender ahora lo nuestro nadie más después lo hará. Llegará el momento, digo, y todo lo nos que pase, en realidad, lo mereceremos sin llorar.

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