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Disfraces

En este paisaje cultural de mierda que estamos permitiendo que construyan, con izquierda y derecha rivalizando por liderar la fiebre censora que todo lo apesta y con la supuesta intelectualidad cuidándose de no molestar a quienes no se debe molestar, calculo que apenas dos o tres de los discos que escuchaba hace quince años estarían libres de problemas ahora, con la creciente censura. Están llegando las cosas a un punto que a Jarfaiter, mi macarra favorito y abanderado del rap quinqui, lo escucho con la devoción que un ornitólogo emplea al escuchar el trino en extinción de un pajarito. Se nos viene, entre el facherío rancio, la ignorancia de marca blanca y la ridícula moralina de la vieja-nueva izquierda, una triste, desértica y colectiva lobotomía.

De Jarfaiter apunté una frase hace poco: el panorama es una fiesta de disfraces. La tenía guardada para algo que no recuerdo, para hablar de algunos disfraces más peligrosos, los del palco y sus alrededores supongo, que los del ya famoso carnaval orellut de Kiko Ramírez.

Al hilo, existe un relato de Benedetti que explica la gira europea de un club argentino o uruguayo, da lo mismo. Antes del primer partido y en el momento que suena el himno del país, uno de los jugadores arranca a cantar un tango. El resto del equipo reacciona insultándolo gravemente, y durante todo el partido no le sirven un pase. Al final, sin embargo, casi en el último minuto, al futbolista marginado le cae una pelota suelta, limpia a tres rivales y bate al portero con estilo. Es el gol de la victoria.

En la siguiente parada de la gira, en el momento de sonar los himnos, el equipo al completo se puso a cantar un tango.

Si el Castellón gana mañana en Sagunto, seré el primero en pedir que se disfracen cada lunes.

Si pierden, por ahí dirán que se dejen de tonterías.

A mí no me entusiasma ese manual de técnicas del Kikismo, pero ni me molesta ni se encuentra entre mis cien mayores preocupaciones albinegras. Cabe decir que Kiko utilizó este tipo de trucos en l'Hospitalet, y le fue bien. Considero que al vestuario le beneficia todo lo que sea desdramatizar la urgencia perenne del Club Deportivo. Cuando llegó a Castalia, el entrenador detectó dos principales taras: el equipo no era un equipo sino un revuelto de futbolistas, y a muchos les podía la presión de Castalia, los paralizaba el miedo a hacer el ridículo. Tanto, que el Castellón era el segundo peor local del grupo, y uno de los mejores a domicilio.

En ese doble sentido se entiende esta serie de iniciativas. La barbacoa, las comidas, los aperitivos y las salidas al cine. Los mensajes motivadores en las servilletas de los bares. Un recién llegado, Juanfran, rasgando la guitarra. El gigante Antonio cantando. El entusiasta Luismi bailando. Alguno también con cara de sacadme de aquí, de dónde me han metido, vale, pero el carnaval es así, y por ahí van los tiros.

El primer día les hizo bailar antes de saltar a Castalia, en el vestuario. Luego perdieron. Lo han repetido después y se van a sorprender de los resultados: a veces ganan, a veces pierden y a veces empatan.

En fin, quién lo diría. He reflexionado sobre el tema, largo y tendido, todos estos días. Y yo-qué-sé.

Una teoría. Como en el fútbol y en la vida la mayoría de éxitos depende en buena medida del azar, el ser humano necesita llenar ese hueco irracional con una respuesta clara y concisa. Hay que creer en algo. Es una cadena, es un negocio, y es lo mismo: de ritos religiosos a milagros curanderos, hechizos del tarot, manuales de autoayuda o coaching deportivo.

Bailen y recen, lean a Coelho incluso si me apuran, pero entrenen y compitan. Con la mayor frecuencia posible, ganen.

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