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Política

Pensaba que sólo los políticos eran capaces de decir una cosa y hacer la contraria

Pensaba que sólo los políticos eran capaces de decir una cosa y hacer la contraria. Clamar contra la corrupción, incluso en sede parlamentaria, mientras se llenan los bolsillos; dar lecciones de ética a boca llena al tiempo que rompen las más elementales normas de la deontología; negar luego la mayor aunque salgan esposados de sus casas, para acabar apelando a la conspiración y hasta a la prensa, maldita prensa, que se aviene a hacer públicas tanta insidia y calumnia contra la mácula de personajes tan ímprobos y desinteresados.

Queda claro que lo suyo no se trata de un oxímoron de la vida misma, sublimación de la literatura, como le gustaría al amigo Hoanghos, y supongo que existirán tratados psicológicos sobre este tipo de actuaciones, aunque no tengo tan claro que obedezcan a una enfermedad -trastorno bipolar, le llaman- como a una actitud mezquina, cínica y hasta cobarde, en tanto que en ningún momento del proceso se ofrece reconocimiento de culpa alguna, atisbo de propósito de enmienda, amago de solicitar perdón y disposición a la penitencia voluntaria. Premisas que no figuran en el catecismo de estos próceres de la inocencia.

No son ellos, los políticos, inquilinos habituales de este rincón, más allá de que de su mano lleguemos a los actores principales de nuestro particular sainete. Digo del presidente del CD Castellón, capaz de imitarles cuando pide el auxilio de la afición y luego sube los precios en taquilla, de ofrecer convenios a todo quisque pero después lleva a la justicia a quien le critica, o de rechazar incluso sus disculpas en espera de una indemnización y acabar ridiculizado por una sentencia judicial. Otra cosa no sé, pero la política escogida por David Cruz no parece que haya sido la más idónea en lo personal, que al menos era lo que se esperaba habida cuenta que para el club ya se sabía -menos él, claro- que no le convenía esa táctica de enfrentismo y orgullo zafio.

Vaya por delante mi rechazo a toda forma de violencia, y los insultos y las amenazas lo son sea cual fuere el escenario y el motivo. Pero sin ánimo de justificar nada, no creo que se trate del primer presidente que haya recibido silbidos y reprobaciones de mal gusto de su afición; sin embargo, dudo que existan precedentes sobre una demanda judicial por ello. Si el objetivo era frenar tan desagradable experiencia, no cabe duda que el ofrecimiento de disculpas antes del juicio era ocasión única para ello y, al tiempo, reforzar esa áurea que se le supone a quien debiera ser la máxima autoridad para cuantos profesamos el albinegrismo casi como una religión.

Mas tampoco ha sido un error de Cruz, si no una extensión más de su forma de entender la política, convirtiéndolo todo en números -que no le salen, por cierto- y obviando la vía romántica que pueda unirnos incluso a los salvapatrias y oportunistas que tanto daño nos han hecho durante décadas. El Cruz que ayer perdió el juicio es el mismo que ha acusado a las instituciones de no apoyarle, el que tiene en vilo a los padres del fútbol base, quien llama traidores a los jugadores de la cantera que le abandonan, el que insulta a los accionistas minoritarios en la asamblea y, por qué no decirlo, comercia con nuestros sueños.

Pero no es verdad que Cruz fuera así de serie. Me niego a considerarlo siquiera. La culpa es del entorno, porque no debe ser fácil convivir con quienes le recordamos que sigue sin informar del plan de viabilidad con el que salvar el concurso de acreedores, si el mismo es doloso, si ampliará la demanda contra Castellnou o podrá conservar sus acciones. A él le va más la política del trapicheo, vender exclusivas a cambio de que le consigan la paz social que no se atreve a pedir y, por supuesto, que no publiquen esta sentencia. Y luego negarlo todo, claro.

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