Hay pautas en el fútbol que se repiten. El partido de ayer desprendió un aroma familiar, como ese chiste malo que cuenta siempre el abuelo en la sobremesa, que primero no recuerdas y que reconoces justo antes del desenlace. El partido de ayer fue eso: lo conoce Castalia mejor que nadie, fue ese tipo de envite que queda marcado a fuego en la memoria, esa piedra en la que tarde o temprano vuelves a tropezar. La piedra de jugar más o menos bien, no marcar, equivocarte en el gol en contra y entonces nada está donde lo dejaste, y todo se escurre, todo se complica. El partido de ayer alumbró a un Castellón tan aplicado y dominante como romo e impreciso y a un rival, esta vez el Torrevieja, otras tantas veces cualquier otro, que espera y espera hasta cobrar el botín. El 0-1 fue como suelen ser las cosas, en una acción a pelota parada que llevó además el sello de Carrasco, un exjugador albinegro, para los amantes del se veía venir. Fue largo y burlón después el anhelo del empate que no llegó, ni siquiera de penalti, porque el suplente Quique se lo detuvo a Tariq; y la mañana la cerró la realidad tozuda del 0-2, abundando en el manual básico del fútbol con una contra en el minuto 90 que abrochó Sánchez, uno de los recambios visitantes de la segunda parte. Quizá por lo recurrente de la escena, quizá por pensar que ya se sabía el final de la película, pocos vieron el 1-2 de Antonio en el 93, el maquillaje estéril al fiasco de los albinegros. La afición se marchó pensando lo de siempre y el Castellón quedó desnortado, tras un palo que no esperaba. Observa con amargura cómo se le escapa la Liga y cae al cuarto puesto a ocho puntos del líder Atlético Saguntino. Con ocho jornadas por delante, la vista retrocede ahora temerosa, calculando el margen de maniobra con la quinta plaza.

Fue una lástima, porque el Castellón, al menos hasta el penalti fallado por Tariq, acumuló méritos para rascar en positivo. Un catálogo de nobles intenciones adornó la puesta en escena del cuadro local, que dominó balón y territorio como pocas veces en los últimos meses. Kiko Ramírez juntó a los que se asocian -Marenyà, Rida, Meseguer y Ebwelle-, que revolotearon en tres cuartos de cancha, anclados por Castells y escoltando a Tariq, con coordinación y trazo fino. El afán combinativo del Castellón, sin embargo, murió en el penúltimo peldaño, falto de colmillo en el área. Ahí falló lo más importante, reincidente: el último pase, el último centro, la última pincelada. Fue así en el minuto 1, en la primera escaramuza de Ebwelle, lanzado por Meseguer, y fue así siempre. Sobró un recorte, como después sobraría un pase, un toque, un segundo, o lo que fuera.

Una y otra vez.

El constante amasar de volumen de juego del Castellón apenas exigió al portero del Torrevieja, Miguel Serna. Se marchó al descanso sin parada destacable. La llegada más peligrosa asomó en el minuto 39: un robo de Meseguer lo enroscó Luismi al segundo palo, donde Tariq, libre de marca, cabeceó fuera.

Ya entonces Castalia andaba desquiciada por el criterio variable del colegiado en faltas y tarjetas, y ya entonces ganaba el Torrevieja córner mediante. El conjunto salinero golpeó mediado el ecuador del primer acto. Rubén Suárez, silbado por el público de forma persistente, botó entre cánticos de ¿Qué apostamos? un saque de esquina que Carrasco, otro veterano exalbinegro, cabeceó picado adelantándose a la zaga. Sin balón, el Torrevieja se las apañó para competir: sufrió poco, llevó el partido con el ritmo que le convenía y rasgó el premio al primer zarpazo. Tuvo incluso una ocasión para sentenciar, al filo del descanso, en un contragolpe bien conducido por Higón pero mal resuelto por Rafa Gómez.

En el descanso, Kiko movió el banquillo. Sentó a Meseguer y dio bola a Jorge Giménez. Ebwelle pasó a la izquierda, donde había terminado el primer acto, y Rida se movió por detrás del nueve. El peligro se avivó por los costados, todavía más cuando, a la hora de juego, Kiko juntó a Antonio con Tariq. Al poco, en el 66, tuvo lugar la acción clave.

El portero visitante, Miguel Serna, concedió un rechace a tiro de Ebwelle. Tariq se adelantó y fabricó el penalti, que prevaleció sobre el pase a la red posterior de Antonio. El árbitro consultó con el asistente, hubo protesta, confusión y el circo habitual en estos casos. Miguel vio la roja y Tariq, cinco eternos minutos después, lanzó el penalti. Lo paró el suplente Quique, héroe inesperado.

El imprevisto afectó al Castellón, que a partir de esa acción perdió la brújula. Precipitado, la ansiedad subrayó la falta de precisión, arreón tras arreón. Un tiro lejano de Juanfran precedió la enésima incursión corajuda de Luismi, que Antonio estrelló en el cuerpo del meta visitante. A Kiko le faltó imaginación con el último cambio. Frente a la previsibilidad albinegra, el Torrevieja se manejó bien con diez, refrescó piernas en ataque y buscó el 0-2. Perdonó Lewis en el 89, pero no Sánchez en el 90. El empastre estaba hecho, un empastrito serio. El gol de Antonio en el 93 no modificó el final del cuento.