«Estar en unos Juegos Olímpicos es un premio, un sueño por el que luché mucho tiempo y que acabé consiguiendo». Así se expresa Kiko García, a quien la fortuna no sonrió excesivamente en su única participación en una cita olímpica. El camino hasta llegar ahí fue muy duro, pero verse con los mejores fue una sensación «de alivio» y tremendamente satisfactoria para el ciclista, afincado en Borriana desde muy pequeño.

«El camino olímpico es duro. Son muchas horas de entrenamiento y sacrificio, muchas concentraciones... Un deporte como el ciclismo en carretera requiere muchas horas de trabajo, muchos desplazamientos y viajes, muchos días fuera de casa y lejos de la familia, sacrificando los estudios y las amistades... por eso recuerdo una sensación de alivio cuando por fin llegaron los Juegos de Barcelona 1992», recuerda.

Aquella cita fue la última en la que participaron ciclistas amateurs y, a partir de entonces, se dio entrada a los profesionales. Kiko formó equipo con Ángel Edo y Eleuterio Mancebo, y la federación de ciclismo optó por ubicar su sede fuera de la Villa Olímpica porque el circuito estaba en Sant Sadurní d'Anoia. «Estábamos en un hotelito a las afueras de Barcelona y con nosotros estaba la selección de Estados Unidos y, entre sus miembros, un jovencísimo Lance Armstrong que empezaba a despuntar» -comienza narrando Kiko-, «fuera del hotel siempre había en la puerta un coche del equipo Motorola que estaba exclusivamente para cuidarle, con masajistas, mecánicos... y eso nos llamó mucho la atención», añade.

El día de la carrera la emoción fue máxima. «Habíamos estado los cuatro años anteriores conviviendo juntos, llevábamos muchos días preparándonos y no sabíamos muy bien lo que íbamos a conseguir. Fue un camino largo y pesado, y encima en mi caso se juntó el hecho de que un problema mecánico durante la carrera me privó de ir a más», confiesa.

Nunca antes Kiko había querido contar públicamente por qué tan solo pudo acabar en la vigésimo cuarta posición con un tiempo de 4:35.56. «Ahora ya ha pasado mucho tiempo y se puede hablar de ello. Jamás lo saqué a la luz porque podía sonar a excusa, pero lo cierto es que terminé un tanto decepcionado porque tuve un problema con el desarrollo de la bici y, en cuanto bajaba el piñón más pequeño, luego no podía volver a subirlo, entonces tuve que ir con mucho cuidado durante toda la carrera para no ponerlo porque luego no podía volver a cambiar».

Kiko tuvo que «jugar con los medios», decisión que le supuso «un desgaste total» y le obligó a jugársela con ese piñón al sprint y acabó siendo «un poco desastre». «Fui estresado toda la carrera y, aun así, pude terminar y pude estar en el pelotón», apunta el ciclista.

Pero, ¿qué habría pasado si su bici hubiera funcionado a la perfección? «Sé que habría acabado más adelante, pero medalla no habría logrado. Pese a todo fue un sueño cumplido y uno de los mejores recuerdos de mi trayectoria deportiva. Fue algo maravilloso», asegura.

Tras los Juegos Olímpicos de Barcelona, Kiko pasó a profesional de la mano del equipo ONCE. El 93 fue un gran año para él y ganó un par de carreras de su nueva categoría, pero un año después un problema arterial le obligó a pasar por el quirófano y ya no fue el mismo, así que en 1998 decidió retirarse. «Cuando concluyes tu carrera afrontas la vida como es, te sales de la burbuja en la que vives e intentas adaptarte lo mejor posible». Él ha sabido hacerlo a la perfección y sigue muy vinculado por su trabajo al mundo del ciclismo.

«Aún habiendo sido deportista profesional en años posteriores haber participado en los Juegos Olímpicos es el mejor recuerdo que tengo por el camino hasta conseguir la clasificación, por todo lo que hicimos a nivel humano, por el grupo de amigos que formamos... Aquel nivel de sacrificio me curtió mucho como persona y ese camino me sigue sirviendo hoy en día», concluye el deportista de Borriana.