Las reiteradas y ya cargantes presiones de Felipe González sobre Pedro Sánchez para que se abstenga en la investidura y permita que Rajoy forme gobierno me han inducido a la evocación de una idea extraída de la lectura hace unos años de las Memorias de Alfonso Guerra (Una página difícil de arrancar. Memorias de un socialista sin fisuras). Me llamó la atención la variada nómina de personajes de la derecha que aparecía y de cuya amistad el autor presumía (Abril Martorell, el mismo Adolfo Suárez en su penúltimo tiempo...), como si quisiera decirnos: no creáis, no he sido tan agresivo y sectario con mis rivales de la derecha, mi ironía corrosiva era más representación teatral que sentimiento auténtico. Tuve la impresión de que el compañero Alfonso trataba de prefigurar el retrato con el que quería pasar a la historia, el de un personaje, incisivo con sus oponentes políticos, temible sí, pero, en el fondo, tierno, entrañable, nada sectario, capaz de mantener amistades profundas, casi fraternales, con personalidades del plural espectro político, económico y social. En resumen, un «hombre de estado».

La historia la escriben los vencedores, se dice, y la muerte es la mayor de las derrotas, por lo que estaría justificado que algunos hombres públicos dedicasen sus últimos años a limar las aristas de su carácter, a oscurecer defectos, contextualizar conductas dudosas, subrayar virtudes y adecentar, en fin, su figura pública. Se trataría de una labor previa a la que realizan los técnicos de la funeraria al hacerse cargo del cadáver: lo asean, lo maquillan, lo visten de fiesta para que los visitantes ante el cuerpo presente puedan exclamar ¡Qué bien está! ¡Qué natural está!

La mortaja moral se la van confeccionando algunos hombres con vocación de notoriedad al dejar sus responsabilidades públicas, en el último tramo ya de su biografía. Escriben autobiografías o memorias en las que la memoria selectiva y el olvido interesado hacen maravillas embellecedoras. Se poda, se injerta y se usan masivamente afeites perfumados. En los políticos de izquierda, a los que primordialmente me refiero „los de derechas cuentan con la historia a su favor, que siempre acaban escribiendo ellos„, esta evolución hacia la fraternidad universal los inclina a conllevarse bien con todo el mundo. Pelillos a la mar... Frecuentan (ellos ya no son sectarios como antaño) los medios de comunicación social más reaccionarios, que los acogen con indisimulado regocijo, sobre todo cuando embisten airados contra sus propios compañeros de partido. Ellos son hombres experimentados, han tenido altas responsabilidades de gobierno y no soportan la bisoñez e impericia de sus sucesores. Ellos están tocados por la hombría de Estado... Corcuera, Leguina, Redondo Terreros, Bono... y tantos otros en la hora presente no entienden que Pedro Sánchez se resista, sin más preámbulo, a entregar el gobierno de España a un personaje nefasto que ha conducido al país a un callejón sin salida.

Rajoy fue desleal durante el conflicto terrorista, llamó a Zapatero traidor con las víctimas, además de la lindeza de bobo solemne. Rajoy es el capitán de un partido agusanado por la corrupción, pero pelillos a la mar, amnistía general, está en juego el porvenir de España (¿Qué España?, ¿la de quién?).

Todos estos socialistas con vocación de «grandes de España», con Felipe González a la cabeza, gozan de muy buena prensa en los medios de comunicación de la derecha y en la ciudadanía de este signo. Ante lo cual, acaso les conviniese practicar le resolución que tomó aquel diputado progresista que viéndose aplaudido por la bancada de la derecha a mitad de su discurso paró y dijo: ¿en qué me he equivocado?

Con Felipe González al frente, al rebufo de toda la prensa derechista (incluido El País), prohombres y viejas glorias del Partido Socialista, más la labor de zapa de algunos barones y baronesas, Pedro Sánchez, con sus jóvenes acompañantes, está sometido a un asedio que no podrá soportar. Cuando Rivera no pueda mantener por más tiempo su impostura y dé el sí a Rajoy, el PSOE no tendrá más remedio que abstenerse y dar paso a Rajoy como Presidente de España. Una razón de estado que habrá servido para convalidar y cubrir con un plástico la inmensa montaña de porquería que ha amontonado la corrupción del PP, que permitirá aprobar, si no de iure, sí de facto, una amnistía general para la caterva de ladrones adherida al partido político que, irremisiblemente, va a volver a gobernar.

Los «hombres de estado» del viejo PSOE, la baronesa y algunos barones habrán dado sobradas muestras de patriotismo y de generosidad al anteponer los intereses generales a los partidistas. España se habrá salvado. Y los dueños de España podrán vivir tranquilos por un tiempo. En cuanto a Pedro Sánchez, su destino está escrito por los augures del sur. Será sacrificado sin honores... Los honores están reservados para los «hombres de estado». No es tan claro el porvenir de quienes, dentro del PSOE, han sometido a Pedro Sánchez a un cerco paralizante. Deben saber que la derecha no acostumbra a devolver los favores.