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Papel de diario

El conseguidor y su mecenas

Carlos Fabra, durante las estancias de Aznar en Playetas, albergó la idea de sacar a la provincia de la irrelevancia en la que estaba sumida

El conseguidor y su mecenas

En el film de Berlanga, Míster Marshall pasó de largo, en cambio, en las Playetas de Bellver míster Aznar se instaló cinco agostos consecutivos. No obstante, las dos situaciones fueron muy similares: indígenas acicalados con trajes variopintos, prolijos decorados, engalanamiento y obsequios a tutiplén, y, como contrapartida: nada. Incluso se podría decir, atendiendo a este triste balance, que la comitiva de los americanos cruzando a toda velocidad la calle principal de Villar del Río, generó menos frustración en su alcalde que las ilusiones que despertaron las estancias estivales de la familia Aznar en nuestras autoridades. Así, en aquel agosto de 1991, el recién estrenado alcalde de Castelló José Luis Gimeno se hizo a la mar a bordo de su propia embarcación con el jefe de la oposición española.

La singular tripulación puso rumbo a las islas Columbretes que, aunque estaban situadas a treinta millas de la costa, formaban parte del término municipal del que Gimeno era ilustrísimo. El primer edil, todo lo contrario a Pepe Isbert en la película, no tenía sueños de grandeza, no debía explicación alguna, más bien parecía que había alcanzado la vara de mando para resolver cuestiones elementales del Plan General que él mismo había impugnado como arquitecto colegiado. Así pues, la singladura resultó plácida y sin incedentes, todo lo contrario a la de Sánchez Morón, el gobernador civil socialista, que unos días antes y también en aguas del archipiélago del Carallot, tuvo que ser socorrido por el buque L´Albufera.

No tenemos sueños baratos

Carlos Fabra, el otro mandamás popular castellonense, ya había agasajado al líder nacional de su partido con aquella cena de cumpleaños en la que el presidente provincial pidió un deseo que no pudo compartir con el resto de comensales, por miedo a que se frustrara. El heredero del Tío Pantorrilles y jefe del Cosi sostenía con vehemencia que la provincia estaba dejada de la mano de Dios. Lo repetía sin reparar que fueron sus propios antepasados los que la habían conducido a la irrelevancia. Por suerte, los socialistas, que gobernaban la Generalitat y la diputación (1983-1995), le sirvieron a Fabra de chivo expiatorio a los que atribuir el retraso, y, de paso, libraban a los suyos, con décadas en el machito de varios regímenes políticos, de tener que entonar el mea culpa por carencias de toda índole.

Más o menos, este fue el cálculo del aspirante a presidir la provincia y los veraneos de Aznar podían resultar decisivos para consumar el plan. Todo lo que no había logrado su dinastía a lo largo de dos siglos, ni los felipistas en una década, lo haría él: Carlos el Conseguidor. Pero fueron pasando los agostos de los 90 y aquel cumpleaños feliz de primer año se fue repitiendo verano tras verano en una velada en Nina y Angelo o en Mare Nostrum. Entonces, Fabra viendo que el deseo pedido nunca se cumplía, por más que no lo compartía con nadie, rompió esta norma no escrita y le soltó a Aznar: «Presidente, quiero un aeropuerto». El estadista hubiera preferido estar en el monasterio de Silos, donde los monjes guardan voto de silencio, pero estaba en Castelló donde la gente es habladora y contestó: «Yo no lo construiré, pero no impediré que lo hagas».

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