El olor a pólvora y el sonido de las campanas marcaron el viernes por la noche una de las celebraciones más esperadas para los jericanos en la recta final de su semana festiva en honor a la Divina Pastora: el Vole y la Bacalá. Tradición ancestral que data de tiempos remotos y que año tras año reúne a cientos de jericanos y visitantes con el fin de participar en este pequeño ritual para los vecinos de la población, en el que su emblemática torre mudéjar cobra por una noche más protagonismo si cabe.

Los correfocs fueron los encargados de dar el pistoletazo de salida a esta noche mágica en la que, desde el primer momento, el ambiente festivo inundó el municipio. En lo más alto, la torre mudéjar copaba toda la atención cuando los campaneros, tras el disparo del castillo, comenzaban el Vole. Fiesta de singularidad única en la que, de forma manual la Asociación de Campaneros hace sonar las campanas para anunciar las fiestas de la Pastora.

Tras el volteo, la calle Pascual Villanueva acogió a los cientos de vecinos que, sentados en rolde, pudieron degustar y disfrutar de unas 500 bolsas llenas con más de 70 kilos de bacalao y 400 kilos de nueces, 200 barras de pan y 300 litros de vino que regaló la comisión 2016 a todos los asistentes. Una tradición cuyo origen se remonta tiempo atrás cuando los campaneros, de manera altruista, ejercían este noble oficio.

Después del volteo, bajo la torre, la gente del pueblo les ofrecía en agradecimiento vino, pan, nueces y bacalao. Con el paso de los años, la tradición ha ido convirtiéndose en todo un ritual identificativo de Jérica al que acuden miles de personas para vivirlo.

Durante el día de ayer, la Ofrenda copó el programa. Las reinas de las fiestas, Marina Crespo y Luna Olivares, acompañadas de sus cortes de honor así como de vecinos, asociaciones y sociedades honraron a la Divina Pastora.