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Opinión | Las cuarenta

El delorean

No seré yo quien se conforme con dos victorias seguidas, por lo demás mollares. El placebo de un resultado positivo me dura, lo que dura dura. Y a estas edades....

No seré yo quien se conforme con dos victorias seguidas, por lo demás mollares. El placebo de un resultado positivo me dura, lo que dura dura. Y a estas edades....

Quiero decir que, con independencia de los marcadores y la inesperada inyección económica que nos regalan a través de Pablo Fernández y Florin Andone, las angustias siguen siendo cruelmente las mismas. Salvar uno o dos plazos, no más -porque el sueldo del presidente se supone intocable-, parece más una prolongación de la agonía, una huida hacia adelante que se dice. Aunque para los de mi generación resulta mucho más gráfico imaginar a David Cruz sentado al volante del DeLorean en busca de que el futuro arregle sus necesidades.

En la película Regreso al Futuro (1985) Marty McFly y Doc Brown viajaban hasta nuestro presente, y descubren esas zapatillas que se atan solas y que Nike presentará a final de año, como también ya disponemos de gafas inteligentes, televisiones que se activan con la voz, videollamadas, tablets o seguridad con huella dactilar. Sin llegar a los extremos de Julio Verne, se puede reconocer como visionarios a los guionistas de aquella saga, por lo demás histórica.

El presidente del CD Castellón también persigue ese futuro idílico, que cree llegará antes de que se acabe ese dinero que se ha encontrado de casualidad. En ese mañana utópico, espera David Cruz que un empresario le pague un millón de euros por sus acciones, al margen de la deuda que tiene pendiente la SAD, y que lo haga sin regatear e incluso se muestre tan generoso que le mantenga con cargo -remunerado, eso sí- en la dirección de la empresa. Para entonces, la afición le habrá reconocido su dedicación, el ayuntamiento puede que incluso le dedique una calle y los medios de comunicación que ayer le criticaban, todos menos uno, habremos desaparecido, que es lo que también persigue el periódico amigo de Cruz y de Bruixola, que desde luego ya han elegido bando para ese día.

No es menos cierto que parecen imposibles en una realidad inmediata los coches voladores de la película, ni siquiera los monopatines aéreos, la pizza hidratada o la decimonovena secuela de la película Tiburón. Pero en la tercera parte ya se despide ese científico chiflado y simpático con el anuncio de un nuevo invento de consecuencias impredecibles. Como quiera que tanto Robert Zemeckis, el director, como Bob Gale, el guionista, han prohibido expresamente una cuarta entrega, nos hemos quedado sin conocer ese proyecto.

Cruz nunca tuvo ese proyecto con el que huir hacia el futuro y, lo que es peor, otro alternativo con el que vivir el presente. Necesita el Castellón para vivir y el Castellón se muere con él, una peligrosa espiral que nos lleva a un sumidero sin fin. Resulta infantil, si no insultante, pensar que lo que no ha encontrado en cuatro años largos, le va a llover del cielo o por generación espontánea. El DeLorean de Cruz se ha gripado. Ya no tiene opción de seguir adelante ni de volver atrás.

El candidato a presidir nuestro sentimiento sabe que hay una enorme deuda pendiente, pero también que no necesita comprar las acciones de Cruz, ni hablar con Osuna. Sólo tiene que esperar a que los impagos envíen a estos tristes personajes al pasado de donde vinieron, hacer una oferta por la unidad productiva al administrador concursal y esperar una resolución judicial que ya se encargará Hacienda de apremiar. Luego vendrá una ampliación de capital para poner a cada uno en su sitio. Está muy bien criticar y hasta silbar el domingo, si bien yo lo preferiría más unánime y con gente en el estadio. Pero al Castellón le hace falta algo más tangible que un condensador de fluzo para seguir andando en el tiempo.

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