Se da El nacimiento de un bebé supone un gran cambio en los padres en todos los niveles imaginables y , como ya hemos comentado en anteriores posts, las hormonas y las emociones sufren un reajuste totalmente necesario. Normalmente, este proceso típico del puerperio (período que comprende desde el parto hasta la recuperación física de la madre, alrededor de unas 6 semanas) se completa de forma exitosa, pero existen estudios que afirman que entre un 10-15% de mujeres desarrollará una depresión postparto, aumentando hasta un 40% el número de mujeres que experimenta síntomas depresivos durante el puerperio. El cuidado emocional es fundamental durante esta época, pero sin descuidarlo una vez se supere el puerperio, ya que esta depresión puede aparecer en mayor medida a partir del tercer mes del parto.

La gente utiliza esta etiqueta muy ligeramente, puesto que es muy normal experimentar tristeza, irritabilidad y cansancio. Todo depende de la intensidad y duración de los síntomas. De este modo, estaríamos hablando de "distimia postparto" al tratarse de un trastorno leve y transitorio, que puede resolverse sin necesidad de ayuda externa.

Nos podemos referir a una "depresión postparto" propiamente dicha cuando aumenta esa intensidad y tiempo de duración y, además, aparece desesperanza, sentimientos de inutilidad y disminución del cuidado propio y del bebé.

En casos extremos puede darse la "psicosis postparto", caracterizada por ansiedad, alucinaciones y pensamientos homicidas y suicidas.

Esta depresión se produce por un desencadenante claro, la aparición de un bebé en sus vidas, pero, como todos los trastornos emocionales, su aparición se relaciona con una predisposición biológica anterior. Por lo que aquellas mujeres que hayan padecido con anterioridad o tengan una historia familiar previa de depresión o esquizofrenia, serán más vulnerables a una depresión postparto.

Las consecuencias de sufrir este trastorno van más allá de las propias de cualquier depresión, puesto que el apego y vínculo afectivo que se genera con el bebé, relación fundamental para su buen desarrollo físico y emocional, se verán afectados gravemente. La madre sentirá a su hijo como un "enemigo", como el causante de todos sus males, llegando a renunciar a su cuidado o incluso infligirle daño físico.

Los padres, aunque en menor medida, también pueden desarrollar este tipo de trastorno, provocando las mismas alteraciones relacionales, de apego y de desarrollo.

La vida familiar se ve altamente afectada y se requiere de la ayuda de un psicoterapeuta para un afrontamiento más exitoso y rápido. El cuidado de la salud mental y de las emociones es fundamental, por lo que se debería hacer un seguimiento más normalizado y menos estigmatizado.