Los motes, las risas o los insultos continuados no deben verse como conductas habituales a solucionar entre los propios niños. Los adultos, ya sean los padres o los agentes escolares, deben de intervenir para erradicar lo que puede acabar siendo un caso de bullying con consecuencias nefastas de por vida para el alumno afectado.

Baja autoestima, cambios bruscos de humor, falta de atención, bajo rendimiento en clase, problemas para relacionarse, estrés, etc. pueden ser algunos de los indicadores que alerten sobre una situación de acoso en el aula.

Así lo afirma Óscar Cortijo, vicedecano del Col·leg Oficial de Psicòlegs de la Comunitat Valenciana y director corporativo de personas de los centros CEU España, en el Centro Social Cajamar de Castellón durante la presentación de la primera guía práctica española para prevenir el acoso escolar.

La impunidad de los pequeños y jóvenes acosadores; la banalización de la violencia; el error de atribución al poner el foco en la víctima diciendo que es «un niño raro»; o la revictimización secundaria al que se somete al alumno acosado haciéndole incluso cambiar de colegio como solución del problema, son algunos de los motivos por los que «estamos asistiendo a un incremento de la violencia escolar», según señaló Cortijo en una ponencia que tuvo lugar este viernes.