En 1998, la Unesco declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad el arte rupestre del arco mediterráneo ibérico. Sin viajar tan lejos en el tiempo, la semana pasada, el Consell consideró Bien de Interés Cultural el parque de la Valltorta-Gasulla. Y, a su vez, la sala Sant Miquel de la Fundació Caixa Castelló ha abierto recientemente al público una exposición con las reproducciones que realizó Joan Baptiste Porcar sobre los originales de las pinturas de las cavidades del interior castellonense. En paralelo, la diputación utiliza la figura del arquero para casi todo: ora como símbolo del galardón del Día de la Provincia, ora como icono de una aplicación para móviles de úl-tima generación.

Bien es cierto que todo reconocimiento nos parece poco, pues las comarcas de Castelló, en ninguna otra etapa de la Historia del Arte, han protagonizado una página más señera, a pesar de lo mucho que ha llovido desde que aquellos primitivos se pusieran a dejar su testimonio gráfico sobre las piedras. Y tampoco olvidemos que el grafiti del «arquer» sigue representando la viva imagen del expolio, ya que en su día la pieza fue arrancada de la pared, según unos, por un francés, o, según otros, por un miliciano, y que hoy es propiedad de Cervera, en Lleida.

Tírig, capital

En tanto que nuestra mirada es retrospectiva, hoy debemos centrarnos en los antecedentes que desembocaron en la construcción del museo de Tírig, inaugurado en 1994 por el presidente Lerma. En los años previos a la apertura de la instalación ­ se vivió la controversia sobre su localización más correcta. Muchos, entre los que se hallaba Ramón Viñas, el estudioso que había catalogado muchos de los frisos murales, pensaban que lo lógico era ubicar el centro de interpretación en el pueblo, buscando la rentabilidad del impacto económico que podrían generar los visitantes. Otros, entre ellos el alcalde Avel·lí Roca y el conseller del ramo, prefirieron que el nuevo museo se radicara próximo al barranco.

Otra discusión la protagonizaron los cazadores -los actuales, no los prehistóricos­­­- que, ante la posibilidad de que aquellos contornos se convirtieran en parque natural comenzaron a engrasar las armas.

Pero no fueron éstos los mayores puntos de desencuentro. A nuestro entender, la pugna mayúscula la libraron la Generalitat y la diputación. Lo hicieron nada menos que por la datación de aquella «Capilla Sixtina» de ciervos y hombrecillos; mientras para los técnicos conselleria, el lugar no pasaba del Neolítico, para sus homólogos del ente provincial se remontaba al Paelolítico; un quítame allá esas pajas de 5.000 años. Finalmente, este debate se saldó a favor del período Mesolítico, algo que los políticos interpretaron como un: «ni p´a tu, ni p´a mi».