En una entrevista para un documental, Tomás Felipe Carlovich no pudo contener las lágrimas al recordarle la frase Esta noche juega el Trinche, que se pasaban unos a otros los aficionados de Central Córdoba cuando se confirmaba que ese medio fantasma bohemio que aparecía y desaparecía del fútbol para forjar su leyenda se hacía carne en el estadio con el caño de ida y vuelta.

A colación del retorno, el poeta Félix Grande escribió que dónde se ha sido feliz no se debe volver «pues toda historia interrumpida tan sólo sobrevive para vengarse en la ilusión». El Trinche se fue, y su corazón se rompe pensando en la vuelta; tal vez por eso, Eliseo Ramos no se ha ido del vestuario de Castalia para que el drama de la distancia no le sucumba en la melancolía.

Eliseo Ramos (Borriol, 1941) es el utillero del CD Castellón y su historia está ligada al club y a la ciudad desde que llegara de Borriol, donde nació y de dónde es originaria su familia.

«Mis padres, por la faena de la naranja, que bajaban a pie desde Borriol por la cuesta, pero resulta que en el Tombatossals había unas parcelitas para vivir y compramos una e hicimos una casita de 7 metros por 15, que construyó mi padre que era albañil», recuerda nítidamente.

Aquella zona se convirtió con el tiempo en el grupo Tombatossals, con la llegada de nuevos colonos de extracción humilde que llegaban atraídos por la temporada de recolección de la naranja.

Eliseo vive en la zona de la Avenida de Valencia, pero su barrio fue la calle Jovellanos y el entorno de la Parroquia de la Sagrada Familia, la de los Capuchinos, donde se casó y formó su familia.

«De más joven ya, me busqué una novieta que íbamos a las peñas a bailar y al casarme con ella me fui a vivir a la calle Jovellanos, detrás de la esglesieta dels frares».

En la década de los cincuenta, había poca diversión asequible, «Entonces, había muy poco; estaba el Savoy en aquéllos tiempos, y el Tombatossals en época de verano allí abajo en la zona de Lledó, pero... nada», comenta Eliseo, pero la gente más joven y los barrios y las collas de amigos se organizaban para poder divertirse y relacionarse. «Aquí en el barrio estaban la peña Mambo, la peña Marín, estaba otra... no recuerdo cómo se llamaba... pero la peña Mambo es en la que estaba yo. Teníamos un picú que era a base de discos y alquilábamos un masetet fuera de aquí, en la vía, que antes eran todo masías. Pues ahí había un maset que alquilábamos todos los domingos y allí bailábamos hasta que se hacía de día».

De aquéllos bailes salió una relación y Eliseo se casó, formó una familia y se trasladó a la Calle Jovellanos, pero aunque su pasión ha sido y es el fútbol, con permiso de los toros, su vida la desarrollo como carrocero para Beser y Altaba, «donde estuve yo 47 años hasta que me jubilé».

Por un momento, preguntamos por jubilarse del Castellón, y no hay manera. Lo asume como propio, «¿si no vengo yo aquí cada día, quién vendrá?», aunque con la familia la cosa es más peliaguda. «Con mi mujer he tenido moltes agarraes para que lo dejara, pero como ya se ha hecho a mi ya... Ella ya sabía que yo estaba dendro de este mundo del fútbol».

Porque aunque ahora sea el encargado del material, Eliseo de fútbol sabe un rato. Fue jugador, entrenador y delegado del fútbol base del Castellón en la mejor época del Bovalar. Entró en el club en la temporada 68-69, «y la siguiente subimos a Primera y después vino la final de la Copa del Rey», puntualiza.

Y al hablar de fútbol, inevitablemente sale Planelles como el mejor que ha visto vestido de albinegro, y del Bosque, y el juvenil del Bovalar, y el 7-0 del hijo de Cruyff e Iván de la Peña... una auténtica enciclopedia de buen gusto por el deporte.

Hay que apuntar que aunque intentamos volver al barrio, el personaje sobrevuela por encima de cualquier anclaje y más que de un lugar concreto, Eliseo ya pasa a ser patrimonio de la ciudad si introducimos en el relato sus 14 años como jefe de personal de la plaza de toros de Castelló, ordenando y trabajando en la sombra para que lucieran las faenas de los toreros.

De hecho, en su rutina se entremezclan sus dos pasiones y las tardes de cartas discurren en el bar Burladero, cerca del coso castellonense, donde lo albinegro decora las paredes y «por fuera está lo de los toros, pero dentro es todo del Castellón, como relata Eliseo.

Las ciudades no son nada sin sus habitantes y en el caso de este vecino ilustre se combinan los orígenes humildes de los jornaleros de la naranja con los puros de la plaza de toros y el palco de Castalia, tamizados por el filtro de una persona entrañable que es historia viva de la ciudad y de su equipo. Un albinegro al que no le saltan las lágrimas soñando con volver, porque, él, no se ha ido nunca.