La La Land, Leicester, Ranieri. El amor y la amargura bailan juntos. La película. Entrenador italiano en la decadencia de su carrera llega a equipo de medianía propiedad de un tailandés. Cuando nada hace imaginar grande gestas, el equipo acaba ganando la Premier League en uno de los mayores hitos del fútbol, dando la vuelta al mundo y a los nuevos planetas descubiertos por la NASA. Entonces, casi al acabar Andrea Boccelli de cantar el Nessum Dorma en el centro del terreno del King Stadium, un fulano le pide a Ranieri que deposite sus pertenencias en una caja de cartón y abandone las dependencias del club. Total por estar en el zaguán de los puestos de descenso y continuar con vida en Champions.

El rinaldismo está enfurecido. El entrenador Klopp ha llegado a preguntarse: «El Brexit, Trump, Ranieri... ¿Tengo que entender esto?». La confusión anega la razón. La destitución de Ranieri es verdaderamente un corolario del hipercapitalismo que ha tomado el fútbol. Los entrenadores encajan en el sistema de manera contradictoriamente precaria. A pesar de aumentar su músculo financiero y ser en muchos casos más protagonistas que sus jugadores, el rol del técnico es frágil, es visto como revulsivo puntual y no como transformador; reducidos a ser catalizadores de los que ponen en marcha máquinas que funcionaban mal. Piezas prescindibles en el engranaje, intercambiables. El propietario del Leicester Vichai Srivaddhanaprab ha caído en el señuelo.

Era previsible el descalabro de Ranieri después de un éxito tan colosal. Es más, era previsible el descalabro de cualquiera que hubiera tenido que lidiar con una plantilla saciada tras triunfo inesperado, sin grandes cambios. El contexto emocional en el que un entrenador recoge a su plantilla resulta determinante. Ranieri es especialista como pocos en sacar buen rendimiento de equipos desordenados y con la moral baja, igual que es repetidor en aquello de desaprovechar a equipos ganadores y no poder mantener la tensión competitiva después de la fiesta. No pudo sujetar al Valencia del doblete, flácido de tanto ganar.

Siguiendo esa veta, igual que ha quedado muy claro que Voro es un magnífico estabilizador de equipos en hundimiento, no significa que fuera igual de eficaz con grupos plácidos que no sufren acoso ambiental.

La destitución de Ranieri lanza a la cara otra enseñanza más. Ese mix que forman las directivas, las aficiones y la prensa llevan mal la estabilidad, se aburren rápido, se han entregado al vicio del cambio de entrenador como una fórmula de amasar temporalmente a las fieras. Ante la duda, entrenador per l'aire. Eso lleva a los técnicos que rinden por encima de sus posibilidades a forzar el desenlace ante lo que pueda pasar. Debió hacerlo Claudio.

Como el fútbol siempre está entregando pequeños aprendizajes cotidianos, ahí aquel: no servirá de nada el heroicismo previo cuando se necesita un revulsivo inmediato. Mundo cruel.