La muerte del historiador hispanista Hugh Thomas me ha hecho retroceder nostálgicamente a los tiempos en que en la calle Enmedio, existía la librería «Ares», propiedad de Domingo Casañ. Aquel espacio cultural era tabla de salvación para quienes no teníamos posibilidades de adquirir libros los que el régimen franquista nos negaba. Quienes estudiábamos en Madrid teníamos alguna oportunidad para encontrar obras de grandes escritores españoles y extranjeros, y fuera de este ámbito recurrir a Domingo era asegurarse el verano con lecturas que, por razones obvias, no estaban en los escaparates.

Domingo Casañ era la mejor referencia para tener a la vista publicaciones de última hora. Por su reducido espacio en el que los mejores lectores de Castellón sabían a quien encomendarse para elegir lo que merecía la pena, pasaron grandes escritores como Camilo José Cela. Allí fue fácil encontrarse con Gerardo Diego que dio una conferencia en la ciudad. Allí podía ofrecerte «Pascua y naranjas» de Manuel Vicent, el primer éxito editorial del escritor de Villavieja.

Lo mejor y lo más arriesgado era lo que el librero de cabecera tenía como «L'infern». Allí, para gentes de confianza y cuya tendencia conocía, tenía la primera edición de Ruedo Ibérico de «La Guerra Civil Española» de Hugh Thomas. Años después también puso a la vista la edición de Grijalbo. En el infierno se podían hallar publicaciones de Ruedo Ibérico, como «Guerra y Revolución en España», cuatro tomos de la editorial Progreso de Moscú, firmados por Dolores Ibarruri, Manuel Azcárate, Luis Balaguer, Antonio Cordón, Irene Falcón y José Sandoval.

La lista de libros que a mí me abrieron los ojos en ciertos aspectos y que me ayudaron a conocer novelistas y poetas como Machado, Neruda, Alberti y Jorge Guillén, entre otros, salieron de «Ares». Y con ellos «Los olvidados», de Antonio Vilanova; «El laberinto español», de Gerald Brenan y «Antifalange», de Herbert R. Southwort. Domingo tenía en su estantería del «infierno» publicaciones llegadas de América como «Los grandes cementerios bajo la Luna», de Georges Bernanos. En «Los Olvidados» y las publicaciones de Pons Prades, dedicadas a los héroes españoles en la Segunda Guerra Mundial, conocí la existencia de Amado Granell Mesado, el burrianense, primer oficial del ejército de De Gaulle que llegó al Ayuntamiento de París a decirle a Georges Bidault que los salvadores del nazismo ya estaban allí. Llegaron a bordo de blindados que llevaban nombres de batallas y ciudades de la Guerra Civil española.

Parecería que el establecimiento señero de Castellón era cueva para rojos, pero Domingo era buen vendedor, pero también gran lector y no era raro que también te aconsejara Omar Chayyam, o los premios Nadal y nombres como los de Carmen Laforet, Ana María Matute o escritores ganadores que tras el premio pasaron casi inadvertidos como Vidal Cadellans.

Antes de llegar a lecturas tan poco habituales Domingo te aconsejaba, medía los años y los estudios del cliente, y por ello uno podía conocer a Rabindranath Tagore cuando aún gustaban los versos de Becker. Domingo Casañ me ha venido a la memoria por el fallecimiento de Hugh Thomas, aunque sería injusto que no lo recodásemos por su función cultural, tal vez olvidada. En tiempos difíciles era faro, era luz, era librero de cabecera, oficio de educador que no suele contar con diploma entre los másteres universitarios.