La humedad es, a los cuerpos en verano, lo que la torería a Finito. El de Córdoba la administró ante un torete noble pero flojito. Bien a la verónica, con temple y son, y bien en redondo. Con la zurda le hizo así, afloró la desconfianza y tras una estocada más efectiva que ortodoxa paseó la primera oreja.

El cuarto fue un berrendo jirón que gazapeó de salida. Ordenó que le diera el picador y el maestro le quitó las moscas con un indisimulado exceso de precauciones. Pitos de la parroquia mientras se eternizaba con el estoque.

Fue hincarse de rodillas Padilla para saludar con una larga al segundo y ya tenía al público en el bolsillo. Luego prendió dos pares traseritos, uno al violín, y construyó un trasteo fundamentado en el toreo por alto, la distancia sideral respecto al toro y otra vez las rodillas en la arena. Fue, en suma, un manticidio en toda regla. Mató pronto, le dieron una oreja.

Al quinto, tras el petardo del Fino, lo recibió rodilla en tierra, citó por faroles y genuflexo, le sacó resabios en el prólogo de la faena de muleta. El personal respetaba el trabajo hasta que se cogió a los cuartos traseros y, como un resorte, hizo que sonara la música y surgieran los olés. Padilla se vino arriba y sin la extroversión que en él es habitual, acabó la faena en un tono más visual. Cabe decir que antes tiró el primer par de barandillas para tomar el olivo con premura, pero, como no es Finito y trabaja más que torea, lo aplaudieron. Luego la presi le dio dos orejas de plaza portátil.

Abel salió tranquilo, como con los deberes hechos. Dos medias estimables en el saludo capotero y, ya con la muleta, se plantó y aguantó galalrdamente en los medios. El astado era informal en su embestida, Abel hizo cuanto le dejó, se relajó en los redondos y administró una acometida marchita. Luego se dio el encimismo, tragó en una bernadina escalofriante y dejó un pinchazo hondo que bastó para pasear una oreja.

Labor sincera y, por lo poco que torea, imperfecta la del sexto. De verdad desnuda, de enorme mérito. De mano baja en redondo y pies enterrados en la arena al natural. ¡Qué remedio! La faena de más mérito de la tarde ante un toro que quiso rajarse por un exceso de metraje y acabó agotado. Hizo un extraño el animal pero, cuando uno anda con gatos en la barriga nada le importa. Se fue tras el estoque, lo empujó y acabó enterrado en la anatomía del animal ¡La puerta grande!