Insiste Frank Castelló, no fuera el caso que tuviera que darme la razón, en jugar con tres centrales, y como entre cabuts anda la discusión, se lo volveré a afear con el irrefutable argumento del empate, que en esta categoría y cuando del Castellón hablamos, nunca, repito, nunca, debe considerarse suficiente.

Tampoco es la primera vez que reconozco cierta inquina hacia los de su gremio, más incluso que a los árbitros, enemigo natural de todo ultra, y yo lo soy. No me cabe duda que a esa manía sempiterna ha contribuido ese tobogán hacia el averno deportivo sufrido desde ni se sabe. He conocido iluminados y pusilánimes en el banquillo albinegro, comisionistas y caballeros, pero más allá de cierta complicidad en el trato con unos pocos, todos me han decepcionado por igual. Incluso me solivianta cuando aquí poco menos que se canoniza a Luiche por el ascenso a Primera, sin recordar que rompió la unidad del vestuario que nos condenó poco después o que también nos descendió a Segunda B; o cuando se idolatra a José Luis Oltra por una temporada de récord en la tercera categoría del fútbol patrio, obviando arteramente que se fracasó en el objetivo único del ascenso.

El mítico e irrepetible Juanito Planelles escribió en este periódico que le gustaba mucho más el término italiano de allenatore, en tanto que su función es la de escoger los titulares -¡si encima fueran los mejores...!-, derivando las cuestiones físicas y hasta psicológicas a los muchos auxiliares con los que cohabitan. Y ya centrados en ese cometido profesional, sostengo mi particular teoría de que el excesivo número de titulados les empuja a buscar méritos con decisiones rocambolescas, en un desesperado intento de emular a Johann Cruyff, maestro de la apuesta original y efectiva a la par. Está bien imitar a los mejores, pero ridículo quedarse en el envoltorio del chupa-chups, y no en el sabroso trabajo y la dulce sabiduría.

Ya le dije en persona al amigo Frank que, en el fondo, consideraba a los entrenadores unos periodistas frustrados, a los que les gusta escribirnos los titulares, y nada mejor para ello que decisiones incomprensibles amparadas en el corporativismo: sólo saben de fútbol los que pagaron por su carnet, que esa es otra. Por contra, y abundando en la misma tesis, los periodistas no dejamos de parecer unos técnicos de pacotilla, insistiendo en temas que no nos competen, con la diferencia a nuestro favor de una posición superior, que no inteligencia, pues diseñamos nuestras alineaciones y planteamientos sabiendo el marcador de antemano.

A ello me acojo para cuestionar esa persistencia en el sistema de los tres centrales contra la exitosa experiencia y rendimiento ofrecido ante un rival como el Nàstic, que milita dos categorías por encima. Y todavía se aleja más de mis entendederas el anuncio, no por repetido más justificado, de que el equipo se verá sometido a variaciones cada partido en machacona y mareante advertencia, dependiendo del rival, y no al revés, como corresponde a quien quiere llevar la voz cantante. Atrás quedaron aquellas alineaciones recitadas de carrerilla con profunda admiración, la de los años 40, la de la final de Copa, o la del último ascenso a Primera. Si hoy no podemos apostar por un once más o menos fijo, mal andamos.

Post Scriptum.- En cuantas ocasiones me han preguntado por el mejor entrenador del Castellón que he conocido, y han sido casi tantas veces como personajes desfilan por mi memoria, siempre niego la mayor y prefiero responder que el mejor está por venir. Si quiere ser Frank ya no puede vivir de las rentas de lo que representó en la lucha contra Cruz, y ese premio sólo se cobra subiendo. Se me dirá que es pronto para mi elevado nivel de exigencia, pero no hay tiempo que perder. Y la semana que viene le toca a los administradores del club, porque propietarios no son.