Hay derrotas y derrotas. Existen los duelos en que se cae con honor y en los que, a pesar de perder, la victoria moral permite poner los cimientos para éxitos futuros. Pero la que sufrió ayer el Villarreal en Getafe no fue de ésas. La del Coliseum Alfonso Pérez fue de las dolorosas, de las que dejan un rosario de preguntas y un carro de dudas. El submarino se despidió de su solidez defensiva y, ante los contratiempos, se derrumbó hasta dejar a la vista las costuras de su proyecto. Primera derrota tras dos triunfos y un empate en Liga que aleja el tren de cabeza y, lo peor, enciende de nuevo las alarmas.

La revolución prevista en el once fue menor de lo esperada. Semedo, Rukavina, Fornals y Ünal fueran las novedades en un once que mantuvo el mismo esqueleto que el de los partidos anteriores. Empujado por el talento y la clarividencia de Trigueros y Castillejo, el Villarreal dominó en el primer tramo del encuentro.

Obligado a recular, el Getafe traspasaba con dificultad la línea divisoria de ambos terrenos de juego. Trigueros, dominador de la zona de creación, se encargó de nutrir de balones en profundidad a los delanteros amarillos. Pero ni Bakambu, demasiado acelerado, ni Ünal, muy verde para las batallas que debe afrontar, supieron encontrar puerta. El congoleño se acercó al gol en el minuto 15, tras el pase de Trigueros, pero su lanzamiento dentro del área se marchó lamiendo la escuadra derecha de Guaita. El valenciano, ocho minutos antes, ya había abortado una acción de peligro cuando Mario, tras otra filigrana de Trigueros, se quedó solo ante él en el área pequeña.

Pero el Villarreal perdió fuelle con el paso de los minutos y, al igual que contra el Espanyol, se enredó en un control estéril del esférico. Los espacios desaparecían y los errores comenzaban a abundar. Ahí es donde empezó a crecer un Getafe con más peligro del que había mostrado en los primeros 25 minutos.

Avisaron los madrileños con un disparo durísimo de Arambarri desde la frontal. Barbosa sacó la manopla para enviar el balón a saque de esquina. En la recta final del primer tiempo, Bergara y Álvaro Jiménez ensayaron sendos lanzamientos desde el interior del área que obligaron al guardameta argentino a actuar. De por medio, un cabezazo demasiado alto de Víctor Ruiz y una otro remate de cabeza de Bakambu por encima del travesaño, que nivelaron las ocasiones del primer acto de la contienda.

Pero las sensaciones hablaban de un Getafe dominante, henchido de confianza y de un Villarreal que retornaba a la zozobra y la inseguridad del arranque liguero. El segundo capítulo convirtió las sensaciones en certezas. El submarino, endeble en defensa e inexistente en ataque, fue arrollado por un Getafe en plena ebullición.

El edificio comenzó a crujir en el minuto 54. Un despiste en la marca de Rukavina, en el segundo palo, permitió a Ángel rematar un cabezazo desviado de Cala. El central había conectado con el balón tras un saque de esquina de Damián Suárez.

Los cimientos de la construcción fallaron diez minutos después. El Villarreal se había desconectado y lo demostró Semedo. El portugués se confió al despejar, y un veterano siempre hambriento de gol como Jorge Molina le birló la pelota. El alcoyano cruzó lo necesario ante Barbosa para enterrar a los castellonenses.

En el minuto 67, Bergara terminó de derrumbar la armazón de los amarillos. Bajo palos empujó a las redes un cabezazo de Cala que rechazó Barbosa. El centro fue Damián Suárez.

Llegó el carrusel de cambios, pero el Villarreal ya era un muerto viviente. El Getafe cerró el duelo gustándose, regalando aplausos a Jorge Molina y alimentando su confianza. Ya en el descuento, en un nuevo error en la marca, Ángel cabeceó a las redes una falta lanzada por Faysal Fajr. Náufrago, el submarino sigue buscando su personalidad.