Por empezar con el recién estrenado libro «Hijos y padres felices», ¿cuál sería la fórmula para lograr ser una familia feliz?

No existiría una fórmula única para lograr este objetivo, sino que el camino sería más bien la flexibilidad, la tolerancia y, sobre todo, comprender qué tipo de conductas son normales y esperables para un niño. Gran parte de los problemas que traen los padres a consulta en relación con sus hijos tienen más que ver con unas expectativas poco realistas que con verdaderos problemas que tengan los pequeños; y es que como decimos, «lo normal no se cura».

¿Qué etapa de la crianza sería la más difícil para los padres?

¡La que están viviendo en ese momento! Tenemos la tendencia a minimizar las dificultades de etapas que ya han pasado, y a la vez magnificamos las del momento presente. Y eso desanima mucho a los demás, sobre todo a los que tienen hijos un poco más pequeños, ya que piensan que siempre lo peor está por venir. Y no es así. Cada etapa tiene unas características diferentes que hacen que las podamos disfrutar al máximo.

¿Y para los niños?

Ninguna tiene por qué serlo para todos, aunque hay algunas etapas de más cambios que pueden ser un poco complicadas, especialmente si no sabemos acompañarlas desde el cariño. Si no somos capaces de adaptarnos a las necesidades que tienen en cada etapa lo pueden pasar un poco mal. A veces nos quedamos «anclados» en las necesidades que tienen como bebés y no somos capaces de adaptarnos a las que tienen un poco más mayorcitos.

En su conferencia en Vila-real y la Vall d'Uixó que ha dado esta semana habló de las rabietas, ¿a qué edad los niños empiezan a tener este comportamiento?

Las rabietas son más frecuentes entre los 2 y los 4 años, aunque tanto por debajo como por encima de esta edad pueden producirse. Las rabietas son la frustración que aparece en un niño ante un deseo que no puede cumplir, por ejemplo, cuando piden caramelos en la cola del supermercado y sus padres no se los quieren comprar. Aparecen en este momento porque es cuando su desarrollo cerebral se lo permite. Hasta ahora no sabían que tenían voz propia y que podían negarse a ciertas cosas.

¿Qué deben hacer los padres ante esta situación?

Lo más importante, comprender y empatizar con el pequeño. No hay que interpretarlas como un pulso entre el niño y sus padres, sino como una relación de ayuda. Las rabietas se dan por una inmadurez del cerebro, que implica una falta de recursos para gestionar ciertas situaciones. Conforme crezcan y se desarrolle su cerebro, aprenderán más cosas y tendrán más recursos. Por lo tanto, los padres deben verlas con la misma naturalidad con la que comprenden que su bebé de 6 meses no puede hablar o andar.

¿Se deben gestionar de la misma manera cuando las rabietas suceden en casa que en público?

Sí, sin duda, y siempre con el máximo respeto, amor y afecto hacia nuestro hijo: sin elevar el tono de voz, sin ignorarle, sin humillarle, sin amenazarle y, por supuesto, sin agredirle. Y, además, si no queremos que la cosa se complique más adelante, siendo firmes y no cediendo ante aquello que ha originado la rabieta. Un problema es que muchas veces cambiamos nuestra forma de comportarnos en función de lo que los demás vayan a pensar de nosotros, con lo que perdemos la consistencia necesaria en la educación. Hemos de ser flexibles en función de las situaciones, y no en función de lo que los demás puedan pensar de nosotros.

¿El castigo es útil?

No. Los castigos no son una estrategia educativa útil a medio o largo plazo. Pueden servir a corto plazo, pero no más allá. Porque al final los niños aprenden a hacer lo que quieren, pero evitando ser vistos, y evitando así el castigo. Y no queremos que eviten castigos, queremos que aprendan nuestros motivos para corregirles, las consecuencias que se derivan, etc.

¿Es partidario de «un buen cachete a tiempo»?

Nunca, jamás. Bajo ninguna circunstancia. Para empezar, es algo ilegal en nuestro país y, además de ser inmoral, se ha demostrado en numerosos estudios que es perjudicial para la salud física y emocional de los niños. Conlleva una serie de efectos negativos que se prolongan a largo plazo y que en última instancia hace que los niños hagan lo contrario a lo que pretenden sus padres.