Si cada vez que me preguntan si el Castellón va a subir me dieran un euro, mi hija tendría llenas dos docenas de huchas. Yo qué sé si el Castellón va a subir, si ni siquiera sé aún si voy a salir esta noche. No sé muy bien tampoco cuándo el periodismo se convirtió en género predictivo, ni cuándo empezamos a acercarnos a las páginas de deportes como quien se acerca al horóscopo de madrugada. Yo termino moldeando una contestación estándar para estos casos, que va derivando del encogimiento de hombros a la respuesta tajante, según avanza la noche. Al final uno no quiere acertar sino dejar bien claro que no tiene ni puta idea de fútbol: primero digo que sí, que subimos seguro, y al rato digo que no, que ni de coña. Así de paso me cubro para el futuro porque pase lo que pase ya lo he dicho antes. Aunque antes y después solo dos cosas están claras: da igual lo que se diga y nadie sabe qué nos va a pasar, ni ahora ni nunca, pero con algo hay que entretenerse.

Si supiera si el Castellón va a subir, si supiera si Frank Castelló va a acabar la temporada, si supiera ese tipo de cosas me dedicaría a las apuestas deportivas y no a escribir en un periódico. No sé ninguna de las dos cosas, pero no importa, igual que no importa que los hinchas fantaseen y jueguen a ser adivinos, porque es lo normal eso. El problema en el fútbol surge cuando los que toman decisiones se basan también en esa moneda al aire, cuando se dejan llevar por la corriente. Cuando todo se reduce en comprar números a la lotería y desear muy fuerte el premio. Cuando se piensa que sirve de algo confiar en un final feliz, en lugar de analizar si el camino de este Castellón está siendo de veras el adecuado. Yo no lo sé. No estoy dentro. No es mi trabajo decidirlo, pero me preocuparía más eso, a estas alturas, que estar a dos, tres o cinco puntos del primer clasificado.

El foco no ilumina mayo porque mayo está oscuro y mayo puede ser aún lo que queramos que mayo sea. El foco no debe estar en qué pasará en mayo, sino en que se está haciendo en noviembre para ser felices en mayo. No me preocuparía ganar o perder, aún no. Me preocuparía que no se estuviera trabajando a la altura de la exigencia. Y la exigencia es máxima el año de los diez mil abonados en la séptima temporada en Tercera.

En esto, y como en todo, Popovich siempre tiene razón. Se viralizó estos días un vídeo antiguo del entrenador de los Spurs. Explicaba a un grupo de colegas de profesión de qué iba a lo suyo, así en general, y transcribo aquí lo que me interesa: «¿Metas específicas para mi equipo? No tengo ninguna. Mis metas son básicas en general. Fuimos quienes más partidos ganamos. No nos lo propusimos, sucedió. No hablamos de ganar la conferencia, de ser campeones, honestamente, nunca, pero está arraigado en estos muchachos que es un viaje, es un proceso, y es difícil. El disfrute está en el proceso, no en la culminación, que se desvanece rápido y la vida continúa. El viaje es de lo que puedes sentirte orgulloso. Cuando los veteranos vuelven no recuerdan lo que han ganado, se sienten orgullosos de lo que hicieron juntos como grupo en aquel momento. Nuestra meta es ser el equipo mejor preparado y más sano que podamos para los play-offs. El orgullo en el trabajo diario es lo que hace crecer el espíritu y el carácter y les hace sentir, esto es importante, que merecen ganar el campeonato. Tu equipo tiene que sentir que lo merece. Que ha trabajado más duro que nadie. No quiere decir que han hecho más abdominales que nadie. Quiere decir que trabajamos todos los aspectos del juego, y los repetimos para estar preparados. Entrenamiento tras entrenamiento tras entrenamiento. Esa es la belleza del juego y eso es lo que te sostiene en el play-off, o lo que te hace reponerte de un batacazo».

Eso es lo que debe preocupar, exigirse y juzgarse. Lo que no hace falta adivinar. El camino. El trabajo. Estar preparados.