No nos atrevemos a decir que la estigmatización negativa hacia la política arranque con la frase que hoy nos sirve de frontispicio. Sin embargo, nunca debe sorprendernos que la frase nunca la pronuncie una persona «apolítica», sino más bien todo lo contrario. Lo mismo ocurre si la cita se le atribuye al Caudillo de España por la Gracia de Dios, o si se la escuchamos a un ponente del IV congreso magdalenero.

De eso, más o menos, trata la idea recurrente de «despolitizar» la fiesta que tanto se ha escuchado en el plenario. Es decir, que cuando un acto «X» obtiene la catalogación de «tradicional», de «histórico» o «de tota la vida» (aunque no se remonte a la noche de los tiempos, sino a mediados del siglo pasado), ya no cabe opinar sobre su necesario aggiornamiento al momento presente.

Así, cuando el cónclave trató la cuestión del vestido «a la antigua», la representante de los gaiateros, con la intención de blindar su posición ante el posible asesoramiento externo de los indumentaristas (siempre más papistas que el papa), llegó a calificar el traje típico de «disfraz» (sic).

El calificativo mereció la inmediata reprimenda del coordinador Fernando Vilar, quien no consintió que se equiparasen las prendas tradicionales de castellonera/o con las ropas de una mascarada. Ignoramos si el subconsciente de la ponente de la Gestora le traicionó y quiso referirse con esas palabras al lejano día en que un grupo de «sabuts» en plena posguerra se (re)inventó el traje en casa de Sales Boli, no tanto como disfraz sino como uniforme. Recordemos que todavía en los primeros años de la década de los 40, en diferentes actos públicos las mujeres iban ataviadas como huertanas «a la valenciana», que es lo que en la actualidad diríamos de falleras.

No obstante, en el ánimo de aquellos hombres estuvo la idea de remarcar la diferenciación entre ambas indumentarias capitalinas, como si se tratara de un derby Castelló-Valencia, pero de sedas y satenes. Recordemos que entonces para cruzar la inmemorial Sagunto se tenía que mostrar el carnet de identidad y declarar los portes a un fiscalero en la aduana provincial. Del mismo modo, las vestimentas «regionales» convenía reducirles el tallaje. La Sección Femenina también ayudó en estos menesteres de corte y confección, y para que nuestra unidad de destino se liberara de elementos extraños.

Hasta el moño...

Pongamos un ejemplo más en esta dirección. En lo que afecta a los moños de reinas, damas o madrinas, la moda de cada momento obligó a lucir los «arribaespaña» de las primeras Magdalenas a pasar a la moda hair spray en los cardados de los 60. Fue entonces cuando, frente a la costumbre de la ciudad del Turia, corrió la versión local de que la castanya del moño en Castelló estaba compuesta por tres agujas y no por cuatro, como en Valencia. ¿Y cómo pudo ser así? Decía la voz popular que la castellonera, en tanto que iba de Romeria, perdió una; y es por ello que desde ese instante disfrutamos de