Siento disentir de mi admirado Enrique Ballester, y por supuesto que no voy a hacer de esta atalaya de mis desahogos un permanente frontón desde donde replicarle o poner en cuestión su indiscutible literatura, incluso a sabiendas de que él no consentirá que mi atrevimiento ponga en riesgo la que considero una privilegiada amistad. Pero como hoy me pica, me rasco.

Embelesado el lunes por su dulce lectura, estuve a punto de hacerle caso y hurtarle al fútbol todo lo que para mi representa, porque como deporte nunca me entusiasmó demasiado, lo confieso por enésima vez. Si el fútbol me dijera algo me afiliaría al Barça, porque juega y no especula como el Madrid -al menos estos últimos años-, o por ceñirme al caso albinegro, recitaría de carrerilla las alineaciones principales durante los 35 años que llevo siguiendo a mi equipo del alma, y no con en esa amnesia selectiva que me libera de recordar a los fracasados que no han conseguido su objetivo, pongamos por caso los que se dejaron remontar el año pasado en Tafalla y tantos otros mindundis.

Barrunto que el fútbol no es un deporte al uso, por muchos valores con los que pretendan presentarlo. Es competición en grado sumo, y no sólo por los tres putos puntos, si se me permite el guiño a la brillante pluma del colega. No hay empate posible en ese funambulismo extremo al que nos han trasladado cuando se pone en liza si cobra más Messi o Cristiano, si defrauda más al fisco uno u otro, si tiene más hijos fulano o mengano, si veranean aquí o acullá, si por fas o por nefas....

Y como para esa liga estratosférica nos quedamos sin títulos que celebrar ni ídolos que imitar, recurrimos al orgullo tribal, en feliz término acuñado en este periódico por el siempre maestro Juanito Planelles. La épica, lo bélico, la gloria.... Sin esos argumentos no tiene sentido el Castellón, y como él centenares de equipos que malviven de ese sentimiento que se traslada de padres a hijos, junto con la envidia al buen hacer del vecino convertido en enemigo simplemente por ser mejor, y en eso consiste el honor genético, en no renunciar a nuestros signos de identidad, por tristes que sean, por mucho oro que compense la prostitución o política que disfrace la traición. El honor ni se compra ni se vende, sólo se hereda. Y ahí radica mi rebelión, sin ese prurito por defender y dejar un legado, la vida es una mierda. El Castellón es el consuelo de los oprimidos.

La reválida

Supongo que los padrinos del míster se molestaran conmigo por no participar estos días de las palmaditas en su espalda. Pero a fin de cuentas es la misma tesis con la que he perseguido a cuantos mediocres nos han mal llevado hasta ayer por esta cuarta categoría del fútbol, y no quiero que mi paisano caiga en ese error, porque le considero válido para el ineludible objetivo de subir.

Siempre es meritorio golear, aunque sea a colistas en inferioridad numérica, porque permite maquillar los caprichos.

El nuevo alineador no pudo disimular la cagada de robarle la titularidad a Serra en Borriol, y el sábado corrigió el destarifo inicial. Ese que en igualdad de condiciones nos condenaba, porque después de forzar la sanción de Cubillas no le sustituía por su recambio original, por mucho que luego el buen hacer de Nico y la entrada en escena del necesario Fonte le salvaran de la quema.

Pero como bien está lo que bien acaba, hoy tiene la oportunidad Escobar de aportar su granito de arena para esa victoria que nos devuelva por el sendero del ascenso. Es muy fácil, sólo tiene que poner a los mejores y olvidarse de querer hacer historia antes de tiempo. Condiciones y saber le sobran tantas como aduladores o críticos inmisericordes. Debería discrepar de todos.