Miren detenidamente las dos imágenes que acompañan estas líneas. Uno es el cartel oficial de las Magdalena 2018 y otro el que utiliza la Generalitat para promocionar las fiestas fundacionales. Para mí, con todo el respeto para los respectivos autores, sendos churros, como puede que acabe siendo este artículo. El que impulsa el Patronat de Festes, repetitivo, sin atisbo alguno de revitalizar un concurso que tiene que apostar por abrir las puertas a la modernidad, porque piensa uno que tradición y renovación no tienen porque andar reñidos. Y el de la Generalitat, soporífero, sin alma, sin la luz que se le suponen a las fiestas de la Magdalena. Además, mire usted, da la sensación de que sus autores se están convirtiendo ahora en los diseñadores de la capital de la Plana, o es que veo los mismos monigotes por todos los rincones del ayuntamiento.

Lo importante aquí es quedarse con el trasfondo de la historia, que no es otro que intentar abrir los grilletes del inmovilismo que maneja el influyente món de la festa. Creo sinceramente, como así propone el Consell, que es necesario abrir las puertas a la profesionalización del concurso de carteles, a darle ese cambio que requieren unas fiestas que tienen la categoría de interés turístico internacional, pero que siguen siendo de interés meramente local.

Pero no se engañen, aquí no hay Dios que revolucione las fiestas. Aquí sigue habiendo muchos aspectos que huelen a rancio y, en ocasiones, a prepotencia. Y si alguien levanta la voz, ya puede ir preparándose. Un ejemplo más que nítido es el reciente Congrés Magdalener, el primero que se hacía en dos décadas y que abría las puertas a renovar conceptos e ideas. Las ponencias iniciales metieron el dedo en la llaga en muchos temas y abrieron un debate sobre cuestiones como profesionalizar y modernizar el diseño de las gaiatas ­-también el de los carteles- o adaptar a los tiempos actuales el papel de la mujer.

El diagnóstico de la situación lanzaba una pregunta al aire: «Qué imagen proyecta la ciudad de Castelló de la Plana cuando se elige a una reina de las fiestas 'por su saber estar', 'por guapa' y 'por castellonera'», subrayando que «a menudo se argumenta en estos casos su belleza o sus años de participación presencial en las fiestas», desvinculado siempre de «sus capacidades intelectuales y de liderazgo. ¿Saben lo que preocupó este diagnóstico? Cero. ¿Saben que se votó por la profesionalización del diseño de las gaiatas? Que mejor dejarlas como están. Y no hay que culpar al món de la festa, que supo movilizarse para defender el anquilosamiento de la Magdalena, sino a los que nos quedamos en nuestra casa sin participar para pedir lo contrario.

Hay formaciones políticas que se manejan muy bien en este mundillo, como el Partido Popular, que ha sabido instrumentalizar a sus anchas a colectivos del sector. Las vergonzosas conclusiones de la Comisión de Investigación para auditar las cuentas de las fiestas -del periodo 2008-2016-, donde se habla de un desmadre sin parangón en época de Jesús López al frente de la Junta de Festes -y con la vista gorda del PP-, han quedado difuminadas entre los propios protagonistas de las fiestas de Castelló, que deberían ser los principales interesados en dar claridad a las cosas.

El PP salió en tropel hablando del carácter inquisitorial de esta comisión de investigación, y la jugada le salió redonda, porque consiguió que calase entre las entidades festeras el mensaje de que estos rojos vienen a destruir las tradiciones de la ciudad. A mí, en serio, me avergüenza haber escuchado lo que se ha oído en esa comisión y que haya gente que siga saliendo de su casa. Nadie pide perdón, pero esperemos a ver qué pasa con ese informe jurídico que puede llevar el tema hasta la propia Fiscalía.

No había contratos, no se firmaban permisos, y ahora que el actual equipo de gobierno ha sido capaz de legalizar todo lo que se mueve en torno a la Magdalena, no saben ustedes lo difícil que ha sido y es que muchos ciudadanos lo entiendan. Entender la legalidad, sí, es sin duda algo escalofriante y que está pasando en esta ciudad, en el incomprensible món de la festa, ese que se cree dueño de la ciudad sin respetar -no todos- el derecho vecinal al descanso, y no digo ya la semana de Magdalena, sino el resto del año. Y si no pregúntenle a algunos vecinos de la plaza de las Aulas, que sufren los 12 meses del año los desmanes de hirsutos personajes sin que nadie les tosa. Vayámonos de fiesta, disfrutemos de la calle, de los amigos y de las tradiciones, pero seamos también corresponsables de mejor la convivencia, de exigir legalidad y de luchar por unas fiestas más seguras, menos sexistas y con menos miedo por innovar. La Magdalena necesita revitalizarse para seguir creciendo.