el teléfono fijo es un paria, no sé ni por qué lo tenemos, quizá sea obligatorio pues lo veo en todas las casas, aunque no suena nunca ni nadie levanta desde hace años su auricular. Quizá ese auricular está pegado al cuerpo principal, tal vez es un trasto de adorno, todo es un misterio. El caso es que me he quedado observándolo como si lo viera por primera vez y me he preguntado qué rayos hace ahí, ocupando un espacio. Entonces me ha venido a la memoria el primero de los teléfonos fijos de mi existencia. Era un día como cualquiera, un martes, por ejemplo, de hace muchos años. Yo regresaba del colegio con ganas de merendar, de modo que fui directamente a la cocina, donde mi madre, que increíblemente no me había preparado aún el bocadillo, permanecía atónita, como si acabara de padecer una visión. La miré interrogativamente y al reparar en mí, dijo:

-Tenemos teléfono.

Acto seguido, me condujo al cuarto de estar y allí, sobre una especie de altar cubierto con un tapete de ganchillo, vi el objeto negro y codiciado que habría de cambiar nuestras vidas. Un milagro de la técnica había entrado en nuestra casa, pero no se podía usar porque las llamadas costaban un dinero. De momento solo nos era dado contemplarlo.

-¿Para qué sirve entonces? -pregunté yo.

-Para las emergencias -respondió mi madre.

Y así fue, en efecto. Cuando el aparato sonaba, era porque se había muerto alguien allí. Y cuando lo usábamos nosotros era porque se había muerto alguien aquí. No siempre eran muertes, sino desgracias en general. Recuerdo como si fuera hoy la llamada por la que nos comunicaron que a mi tío Ricardo, que vivía en Valladolid, le habían amputado una pierna. La derecha. Se me ocurrió preguntar qué harían con ella y mi madre dijo con toda naturalidad que enterrarla, claro. ¿Cómo no se me había ocurrido a mí antes?, me reproché. Todo esto significa que tengo el teléfono fijo asociado a las catástrofes, por eso me alegra que no suene jamás. Pero si un día de estos, sin venir a cuento, escuchara su timbre, creo que saldría de casa a toda velocidad, para que lo cogiera otro.