Que la historia sea una ciencia no acabo de tenerlo muy claro y menos todavía la utilización que se hace del término «ciencia social», sobre todo como denominación de una asignatura de la ESO. Fue Paul Valéry quien dijo que «no se debe llamar ciencia más que al conjunto de fórmulas que siempre tiene éxito, todo el resto es literatura». En la antigüedad clásica, la musa Clío inspiraba a los historiadores, al igual que las ocho restantes alumbraban a los poetas líricos, los dramáticos, los músicos y demás artistas. Incluso una de ellas, Urania, tenía a su cargo a quienes se ocupaban de los cuerpos celestes, de manera que su estudio se consideraba como una forma de arte. Pero Copérnico y Galileo ya se encargaron de arrebatar los cielos a la creación artística introduciendo la formulación matemática.

La Historia científica, para serlo, ha de basarse fundamentalmente en documentos, pero en muchas ocasiones nos encontramos con que el documento se elaboró, precisamente, para falsear la realidad histórica. Numerosos sucesos de nuestra Guerra Civil o de la posguerra, algunos de los cuales aparecen referidos en el libro de Joan Montañés, eran sistemáticamente ocultados o falseados por los medios y buena parte de la documentación está, por lo mismo, desaparecida. Tengo entendido, además, que la existente sobre ese periodo, conservada en los gobiernos civiles, se ha destruido, lo que supongo evitara situaciones comprometidas a algunos vivos y a otros muertos, pero nos priva de una información preciosa sobre nuestro pasado. En este sentido, las historias transmitidas oralmente, además de cumplir una de las funciones básicas de la literatura, como es el entretener, ayudan sin lugar a dudas a una mejor comprensión del pasado, de la Historia.

Esta serie de relatos, que ahora aparecen formando un libro bajo el título de Examen oral d´històries, se publicaron en Levante de Castelló como Conversaciones con Ferran Sanchis. En aquella versión original estaban escritas en castellano y se presentaban con un formato periodístico, acompañadas de abundantes fotografías y ventanas de información si el tema lo requería. En el caso de estas conversaciones o anecdotario no ha sido necesario ningún intermediario traductor, ni mucho menos el temible programa informático que a diario se utiliza para las versiones bilingües de algunos periódicos y, en general, para los textos que por exigencias legales se han de publicar así. La nueva versión libresca, como cabía esperar, refleja mejor los recuerdos, las vivencias y el pensamiento de Ferran, el Ferran de toda la vida, haya ido o no a cambiar su nombre en el Registro Civil; y además, las abundantes citas en valenciano -y con castellano, cuando el caso lo requiere- dan verosimilitud y expresividad al relato.

Las historias que aparecen en este libro se refieren al entorno inmediato del señor Sanchis y, como también es el mío, me suenan muy cercanas. Asimismo, conocí personalmente a bastantes de los personajes que aparecen en ellas y la mayoría no me son desconocidos. Incluso algunos de los episodios los llegué a vivir, al menos como figurante, y he de decir que, a pesar de lo insólito que muchos de ellos puedan parecer, todo encaja con las historias que conocí.