«Ara deu fer uns trenta-cinc anys, vaig descobrir, no sé si per casualitat, un lloc que sempre he considerat extraordinari, i que és per a mi tan íntim, tan propi i tan estimat». Con estas palabras, el escritor Joan Francesc Mira abre el prólogo del libro Xodos, memòria gràfica i xicotetes històries, que ha publicado recientemente el periodista y polifacético Ernest Nabàs.

El autor de este libro de fotografías y anécdotas del pequeño pueblo de l´Alcalatén, con un centenar de masías (ahora deshabitados), también ha firmado Memòries d´un roder, la autobiografía en la que narra su peripecia personal, que le llevó desde esta parroquia recóndita del interior castellonense hasta la provincia de Concepción en Chile. Sin duda, éste también fue un viaje interior, el tránsito humano e intelectual, que le condujo desde el seminario de Tortosa hasta las prisiones de Pinochet. Pero su drama íntimo, según explicó el protagonista en la presentación del pasado lunes en el Menador, era defraudar a los fieles que habían depositado su confianza en él. Y a la familia valldeuxense. No obstante, su comunión con el país y el paisanaje, más allá de esta ruptura con el sacerdocio y el celibato, no hizo más que acrecentar su compromiso con la causa de los parias de la Tierra y marchó al Nuevo Mundo, donde la diócesis Segorbe-Castelló decidió enviar una furgoneta y a varios religiosos.

El «Aggionamento»

Algo parecido ya lo había procurado Nabàs en sus años de mosén cuando fue el único vecino que votó que «no» en el referéndum que montó Franco en 1967 para programar su sucesión monárquica. Entonces, el alcalde, que había previsto la unanimidad en el sufragio, se vio contrariado y quiso conocer los porqués del disidente con clergyman. Atendidas las razones, le soltó dentro del gordini: «Si m´ho hagueres explicat abans, tot Xodos hagués votat No» .

Era un tiempo paralelo al mayo francés, la revolución de la que ahora que conmemora el cincuentenario. Pero una cosa era París y otra muy distinta el país. Aquí, al pie del pico del Penyagolosa, el cura de pueblo aperturista, aventado por los aires del Concilio Vaticano II, había abierto de par en par las puertas de la Casa Abadía al movimiento juvenil «Xous», a la HOAC, a la comunidad Arche o a los ecumenistas de Taizé, entre otros colectivos. Aquel ir y venir por la comarca de gentes tan variopintas incluso le afectó al excursionista Sanchis, aunque de un modo tangencial. Nuestro confidente era amigo del telegrafista de Atzeneta y alguien lo confundió con otra persona, uno de aquellos que se detenían en el bar antes de acometer el último tramo, camino de las convivencias con sacos de dormir en la sacristía de Xodos. «¿I tu que fas parlant amb eixe?», le espetó el vecino malcarado al empleado de Correos. «¿Per què dius això?», contestó; «Pos perquè eixe és un obispo anglicà», se justificó antes de que el otro lo sacara del error.