No sé si el hombre es el único ser vivo que tropieza siempre con la misma piedra, o si por el contrario es aquel que aprende a levantarse al primer tropiezo, quedando vacunado a partir de entonces. De modo que me quedo con lo segundo, es decir, que lo importante no sería no caer, sino saber levantarse.

Leo en los papeles que una factoría pionera en Europa está causando expectación y temor por allá arriba de Europa. Se trata de una fábrica de robots, y la prevención viene dada por la preocupación de los trabajadores que temen perder sus empleos. No son nuevos ni las expectativas ni el temor de perder el curro, sencillamente es la consecuencia del desarrollo del ser humano que no para, no cede, no descansa en busca de la mayor eficiencia y eficacia, para lo que se vale de cualquier artilugio más o menos complicado, a condición de que nos haga la vida más fácil a los que hemos venido a este valle de lágrimas a pasar este rato de la manera menos desgraciada posible.

Siempre que un instrumento, una máquina, ha llegado al mundo y se ha acreditado de modo que tiene capacidad para sustituir al hombre o la mujer, se las ha tenido que ver con aquellos que se ganaban la vida haciendo lo que después resolvería el chisme y lo haría mejor, más rápido y más barato. Todos los nacidos de madre y que ya peinamos muchas, muchas canas, recordamos cómo nuestras abuelas, nuestras madres también, limpiaban el suelo de nuestras viviendas rodilla en tierra, hasta que un día alguien inventó ese artilugio conocido como "el mocho" que las levantó del piso. El invento, algo así como una brocha muy gorda incrustada en un palo, que tardó dos mil años en aparecer en beneficio del ama de casa o de la chacha, según estuviera más o menos repleta la alcancía familiar, y hoy en día, que ya era hora, también para los usuarios masculinos. Sigan ustedes y se encontrarán con la lavadora y la secadora, el frigorífico o la plancha eléctrica, antes la máquina de coser, más todo lo que vendrá.

Esta sociedad en la que vivimos, la de aquí, fue antesdeayer una sociedad agrícola, dedicada principalmente al cultivo de cítricos, principalmente las naranjas, cuyo cultivo exigía la mano del hombre agarrada al azadón, para que esponjando la tierra permitiera que el riego a manta penetrara en busca de la humedad necesaria para que el arbolado, además de crecer, primero, floreciera, para más tarde dar el fruto que, comercializado, constituía la economía de al menos toda La Plana. El tremendo esfuerzo de aquellos hombres, minaba la resistencia primero y la salud después, que a los cuarenta y cinco años de edad estaban acabados. Y así fueron los hechos.

Un día, a un modesto tornero de Vila-real le vino a visitar la Virgen en forma de una idea providencial: entendió que era menester intentar resolver aquella monstruosidad y puso manos a la obra, inventando una cavadora que, concluido el prototipo, comenzó la fabricación y comercialización de aquel instrumento que cavaba con el mismo resultado que lo hecho a mano, a una velocidad multiplicada. Los agricultores de la época, cómo no, se llevaron las manos a la cabeza, porque aquella máquina les dejaba sin trabajo. Como siempre ocurre y andando el tiempo, la realidad dio la razón a la máquina, los agricultores dedicaron su esfuerzo a otros menesteres mucho menos duros, el cultivo de la naranja resultó más fácil y menos costoso. La cava de la tierra, una tarea animal, realizada por seres humanos, había resuelto un problema social tremendo.

La robótica ha llegado para quedarse, para liberar al hombre de aquellas tareas que le son particularmente duras, aburridas. En cualquier factoría, con trabajadores hasta hace nada dedicados a apretar un mismo tornillo durante toda la jornada y toda su juventud, la robótica ha llegado y lo ha hecho para sustituir las manos del hombre por las de la máquina, con el consiguiente ahorro de la mano de obra que se reflejará después en el aumento de la competitividad del producto, sea cual fuere ese producto. El robot no cobra un sueldo por darle a la rosca del tornillo, tampoco reclama aumento de sueldo ni hace huelgas, y cuando muere de viejo acude, sin memoria ni resquemor a su penúltima cita, con el cuerpo -no tiene alma- en su último viaje, esta vez a la fundición.

Bienvenida sea la robótica, porque servirá para seguir dando fuerza al progreso, porque aquellos hombres y mujeres rescatados de tareas demasiado pesadas o excesivamente impersonales, encontrarán, siempre ha sido así y lo seguirá siendo, otras tareas que exigirán mejor formación, más alta especialización y con todo, también mejorará su propia estima como ser humano.

El ser humano, y mientras la tierra siga dando vueltas alrededor del sol, alcanzará a utilizar el descubrimiento de hoy para alcanzar el de mañana, en un paso más para seguir y seguir ganándole la partida a la ignorancia, entendida, hasta inmediatamente antes de hallar una nueva respuesta.

La pena, claro, es la ingente cantidad de seres humanos que se dejan la vida en la aventura de querer alcanzar la libertad. Esa es la verdadera piedra en el camino.