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El buen talante

Gracias a Dios, estos días estoy celebrando el feliz acontecimiento familiar de las bodas de oro de mi matrimonio con mi mujer, una de tantas amas de casa ejemplares, que supo cuidar de nuestros padres, educar a los hijos y hacer tremendamente felices a los nietos y todo ello sin que nadie la hayamos considerado ni una pizca menos, que si hubiera desarrollado una vida profesional fuera del hogar.

Con ese motivo, con dos matrimonios amigos-hermanos, que también celebran la misma efemérides, hemos hecho un crucero fluvial, razón por la cual no he podido estar al corriente de todo cuando está siendo noticia en nuestro entorno, por ello no encontrará el lector algunas referencia a las que me referiré en otro momento, aunque estos días es probable que se hayan producido hechos novedosos en torno a dos temas locales que pocos imaginaban se pudieran producir tan anómalamente. Quizá a mi vuelta me encuentre con que la concejal de fiestas haya asumido la presidencia de la junta de las mismas, con lo cual no se plantearán problemas de protocolo entre ambos cargos e incluso es posible que haya decidido convertirse en la próxima reina de las fiestas, porque si ahora las familias de las reinas tienen que entrar a valorar al presidente de la junta de fiestas y decidir si siguen o no, se está rizando el rizo. Y por otra parte me alegraría que también se hubiera solucionado el problema de la dirección de la Banda Municipal, aunque me temo que judicialmente tardará algún tiempo, para que la misma continúe actuando con la brillantez que demuestra su larga historia.

Si que quiero sin embargo referirme a un hecho que tuve oportunidad de vivir días antes de emprender el viaje. El Colegio Apostólico, que participa en la procesión del domingo de la Magdalena, pero que anteriormente como cuenta la historia, tuvo su participación en la procesión del Corpus, ha celebrado los cuarenta años de su refundación, ahora bajo la presidencia de mi querido amigo Eduardo Más, organizando dos importantes conferencias de Juan Prades y José Miguel Francés, y luego reuniéndose junto a quienes anualmente nos fueron distinguiendo, con una entrañable celebración religiosa en la misma ermita de la Magdalena y una magnifica comida posterior servida por la Tasca del Puerto, en la que estábamos gentes de las mas varias profesiones e ideologías, pero todos teniendo como denominador común un amor profundo a las cosas de Castelló. Hay que decir que el Colegio Apostólico se constituyó años antes integrado por destacadas personalidades de la vida castellonense como Eduardo Codina, Jaime Nos, Carlos Murria y el gran escritor Pepe Barberá, autor de notables obras costumbristas sobre la ciudad y sus gentes y sobre todo inspirador de los estatutos del mismo Colegio, que son una muestra palpable de la hermandad y de la profunda amistad entre sus constituyentes.

Lamentablemente el paso de los años ha tenido como consecuencia la muerte de la mayor parte de los mismos, e incluso de algunos de los «reconstituyentes» como el siempre recordado entrañable castellonero Miguel Soler Barberá, ligado profundamente a la ciudad y a muchos de nosotros, por tantas y tantas cosas que nunca olvidaremos. Precisamente fue en su momento, cuando en 1997 me invitó a ser el distinguido de aquél año, a esa paella anual.

La sobremesa fue una auténtica delicia, prolongándose horas y horas en un ambiente tremendamente entrañable. Y a eso quiero referirme, porque todos los presentes y ya he dicho anteriormente, de las más variadas ideologías y pensamientos, supimos hacer gala de eso que tanto se añora ahora en la vida pública, que es el talante, que bien procediendo del griego «talantón» (platillo de la balanza) o del árabe «Tal´ah», cuya mejor traducción sería la del «semblante».

Una vez más se demuestra, que en torno a una mesa, afloran los mejores sentimientos, la gente se manifiesta en su grandeza y nunca en su miseria, siendo capaz de conciliarse y plantearse la acción pública sin rencores ni críticas exacerbadas, manifestando un modo personal de ser y comportarse para hacer cosas. Me reitero siempre en mi opinión personal; todo eso se aprende en las familias y en la escuela, porque como dijo Azaña, de ellas la gente tiene que salir conociendo sus derechos, pero también sus obligaciones. Eso si que es una educación para la ciudadanía.

Enhorabuena a Eduardo Mas y a su equipo por hacernos vivir unos momentos entrañables. Pon precio, porque la gente abarrotará las sillas de esa mesa.

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