Había prometido al CD Castellón, a Sergi Escobar y a mí mismo, y el orden no es baladí, no escribir durante el tiempo que durara la promoción de ascenso -el término, aunque largo, me parece más apropiado que el invasor play off-. No es que me sintiera el gafe de tantos años de fracasos deportivos, expolios, deserciones y cainitismo, porque nadie me puede responsabilizar de aquel infortunio, del expolio o del guerracivilismo latente, por mucho que mi obligación de contar esa intrahistoria, que deviene incluso más decisiva que los resultados, suponga tomar partido, sí, pero contra la ignominia y la resignación cómplice.

El motivo de tan abnegada como sacrificada excedencia voluntaria fueron un par de comentarios en Almassora en los que poco menos se me acusaba, desde la confianza, del delito de lesa patria por criticar la táctica de un entrenador con el que, supongo ya es sabido, comparto gentilicio. Tan ridículo argumentario, el de apoyar a todos mis vecinos por encima de sus méritos, hubiera tenido que ser biyectivo, esto es que Escobar me anticipara sus planes, sus dudas, sus fichajes.... y así cerrar un circulo pseudo mafioso con los intereses personales por encima de los del club. Pero nunca se lo planteó, afortunadamente. Tampoco me molesta que su chovinista reivindicación de apoyos la realizara a través de intermediarios o que no me haya llamado nunca, aunque confieso que me sorprendió cuando la casualidad nos hizo coincidir en las fiestas de Santa Quitèria, de la que tan «devotos» somos ambos, y despreció la invitación personal que le hice a comer o a un simple café para charlar.

Creo que con este paréntesis de Las Cuarenta cerrado hoy nos ha ido bien a ambos. El técnico se ha encontrado sin la excusa que supuestamente le desconcentraba, ha campado a sus anchas y nos ha ascendido a pesar de frivolidades y confesas apuestas ultradefensivas merced a mi poco profesional silencio. Ayer mismo nadie creía su arriesgada alineación, y que le saliera bien. Y yo que lo celebro, encima pudiendo colegir que también es mía parte de culpa de este premio de cartón, que otra cosa no es un ascenso a Segunda B, que por muy celebrado y esperado que sea nunca dejará de ser menor. Hemos dejado el infierno, pero seguimos nadando en la mierda del fútbol patrio.

Al hilo de las críticas al entrenador, en cierta ocasión me dijo un ilustre inquilino del banquillo albinegro que los periodistas somos unos alineadores fracasados. Y no le voy a quitar yo la razón. Eso sí, con una diferencia sustancial a nuestro favor en las respectivas inteligencias, pues cuando apostamos por un once -en nuestras crónicas- lo hacemos sabiendo el resultado definitivo. Por contra, conozco pocos o ningún entrenador que no se resista a declarar pública y engoladamente que repetiría el mismo equipo y planteamiento con los que ha perdido, para dejar claro que el fallo no ha sido suyo. Traición al vestuario al margen, mi interlocutor se río entonces y, hoy, cambiando de bando, en tanto que presidente de club, ha venido a darme la razón contra el excesivo protagonismo de quienes blanden su título como arma contra la lógica del balón.

Con Escobar ha pasado tal cual. Durante un tiempo vivió de la renta de una meritoria y trabajada remontada en la clasificación, pero se creció y despreció al Borriol y al Recambios Colón, dilapidando el liderato, y cuando nos condenó a una fase de ascenso tan larga como repleta de trampas en forma de rivales incómodos, sacó a relucir su bis más rácana hasta el extremo de despertar el maniqueísmo entre los más acendrados albinegros: ganar o jugar bien. Yo no creo que exista ese debate espúreo.

El fin justifica los medios deviene aserto inapelable. Cuando un ser humano es capaz de arriesgar su vida y la de los suyos en busca de un futuro mejor, como los refugiados que llegaron hace unos días a Castelló, un plato de sémola les sugiere manjar paradisiaco. Después de siete años con la amenaza de la desaparición mercantil y deportiva, asomar la cabeza en el pozo de la segunda B suena a delicatessen. Tanto, que todo se da por bien empleado y el agradecimiento será eterno. Un ascenso de latón, ni de bronce siquiera, le permitirá entrar en la historia.

Cuestión distinta es si se podía alcanzar idéntico objetivo sin aburrirnos, sin sufrir, sin apelar a la suerte extrema... Huelga decir que seguro, aunque parezca ridículo criticarlo. Por esas dudas respecto del juego se despachó a Frank Castelló, pero Escobar cayó en gracia desde el principio merced al apasionamiento con que vive y participa cada minuto de esta experiencia única para él, sin que se le tuviera en cuenta la falta de criterio en el fútbol desplegado o las repetidas facturas pagadas a balón parado, con la notable merma respecto de su predecesor de contar con tres refuerzos de postín.

Pasada la euforia del momento, y centrados en que la 2.ª B no es más que la transición hacia sueños mayores, y aunque sólo sea para no aguantar nuevos sermones por la calle, Escobar merece ser el entrenador de la temporada que viene. ¿Cinismo? Más bien necesidad de aprovecharnos de su matrimonio con la fortuna. Renovarle o morir, en forzada extrapolación que podría aprovechar para corregirse a sí mismo. Tiempo habrá para criticarlo si no.