E star de vuelta es una actitud bastante lamentable, pero en la vejez es una de las escasas salidas dignas. Estuve viendo el España-Rusia un poco de refilón, mientras trabajaba, un poco sorprendido de mí mismo. En otra época un cruce de la selección en el Mundial hubiera condicionado mi vida hasta el extremo. En otra época no hubiese descubierto lo que descubrí ayer: que los nervios, pocos pero nervios, eran compatibles con el aburrimiento. En otra época caer sería el drama extremo: la cabeza agachada de Míchel, el fallo de Salinas, la de Zubi con Nigeria, el vamos a jubilar a Zidane o los penaltis de Corea. Pero en otra época es en otra época y creo que esta es mejor. A veces nos quejamos de que ya no existen emociones fuertes, una vez pasado el tiempo, ni el primer amor, ni el primer verano, ni la primera nada. Las alegrías son tibias con la experiencia y a cambio emerge la parte buena. Las penas son también tibias con la experiencia.

Pero son. Estaba viendo el partido en plan me da igual si eliminan a España, en plan esto lo tengo superado, en plan qué más da, pero después del último penalti fallado sentí una especie de tristeza sombría e irracional, expandida sobre mí, en sordina, durante las horas posteriores. Me recordó al pasaje aquel de El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano, que cuenta la historia del escritor uruguayo Paco Espínola. Aquel hombre detestaba el fútbol y pescó por casualidad en la radio la retransmisión del clásico local, una derrota de Peñarol ante Nacional. «Cuando cayó la noche», escribe Galeano, «Paco estaba tan triste que decidió cenar solo por no amargarle la vida a nadie. ¿De dónde venía tanta tristeza? Paco ya estaba por creer que era una tristeza porque sí, o por la pura pena de ser mortal en el mundo, cuando de pronto se dio cuenta de que estaba triste porque Peñarol había caído. Él era hincha de Peñarol y no lo sabía».

Igual yo todavía soy hincha de la selección y no lo sabía.

Lo peor además no es la eliminación. Lo peor es que los futbolistas del planeta estaban correctamente repartidos entre Ibiza, el Mundial y las bodas. Ahora con la vuelta a casa de España, y con los novios de luna de miel, puede producirse una desgracia, con el colapso.

Lo peor de las eliminaciones de España es que luego todo el mundo quiere tener razón, como si la razón en el fútbol importara. Se diga lo que se diga y tenga quien tenga la razón el resultado será el mismo. A la selección le ha pasado lo peor que le puede pasar a un equipo, que los buenos parezcan siempre los que no están jugando, hasta que juegan. En el rosario lógico de quejidos y lamentos asoma un dolor especial. Rusia levantará la cabeza en el cuadro y verá un camino más o menos asumible hasta la final. Seguro que allí nadie dice lo que tantas veces escuché, que para ganar un Mundial hay que ganar a los mejores. No, para ganar un Mundial hay que ganar a los que te toquen. Y si te toca un equipo con un portero sin brazos, pues mejor.

Cada vez que tenga la tentación de quejarme de mi trabajo, pensaré que hay alguno peor: el cuentapases. El fútbol nos da muchas alegrías pero a cambio ha producido la figura del cuentapases, que se bifurca en dos especies. El tío que cuenta los pases que da cada equipo durante el partido, que preferiría trabajar de mascota a eso; y el tío que después repite el dato como si fuera un asunto decisivo, como si fuera aquello la clave de todo, la piedra filosofal. Los cuentapases son la evolución última de los enfermos de la posesión, que al menos ya casi no quedan enfermos de la posesión.

Los científicos de ahora tienen faena: primero la vacuna para el sida y luego el método para contar pases sin ayuda humana. Los científicos del futuro estudiarán el caso de Argentina y alucinarán: tres Mundiales seguidos intentando ganar la copa con Mascherano de mediocentro. Hay quien dice que Mascherano fue de los mejores en 2014 y lo peor es que tiene razón. Ese el síntoma: si el mediocentro fue uno de los mejores y el equipo no jugaba una mierda, cómo jugarían los demás. Depende como todo de lo que se le pida a un mediocentro de élite. El pase clave en el fútbol, o al menos mi pase favorito, es ese que da el pivote a quien picotea entre líneas. El pase que jamás supo dar ayer España, en parte porque nadie se movió por ahí como debía; y el pase que Messi mendiga siempre con cara de pena con Argentina.

Pero Argentina está a otras cosas. Marcó el 4-3, sacó Francia de centro y les faltó tiempo para la patada y la tangana. Es otro síntoma: Mercado y Otamendi más preocupados de que no les llamen pechofríos que de empatar el partido.

Tampoco estoy yo para dar lecciones, la verdad. La exhibición de Mbappé me recordó a la de Owen en 1998, también contra Argentina. Entonces yo prefería a Fowler, y prefiero ahora a Benzema, hasta el final. Cuidado. Somos los mismos que cuando empezamos.