España, pese a demasiados españoles de meseta (y periféricos vinculados al castellano de jarchas y moaxacas) mansos y conniventes con lo de siempre, necesitaría salirse de la atrofia institucional de una monarquía marcada por el desuso, la inepcia, el descrédito, la herencia y una dinastía que a menudo llevaba el tatuaje del vicio en penes disolutos o en el caso de María Cristina e Isabel, por no remontarnos más en el cauce de los siglos, en unas vaginas contingentes, más propias de ninfómanas que de monarquesas con mando en caja y en voluntades súbditas.

De que el rey emérito, requeteviejo de papada y osamenta, era un defraudador, cuando menos de ética, se tenían sospechas incluso antes de que el New York Times se despachara con el destape periodístico, no demasiado aireado en un país entonces peperizado y afín a los oligarcas, de que la fortuna del ahora emérito podría rondar los dos mil millones de dólares o euros, importa poco la divisa. Las declaraciones robadas en modo grabación telefónica a una de las embajadoras del dolce far niente de una aristocracia europea arcaica y emputecida, esa Corinna de apellidos rumorosos, solo hacen que apuntalar aquellas sospechas sin que todavía las palabras amargadas de la Barbara Rey alemana hayan aportado esas certezas definitivas, por públicas, sobre la glotonería patrimonial del exmonarca. Certezas que serían fácilmente desenterrables a poco que los poderes dejaran de mirar hacia el costado de lo aséptico y dotaran a una selección de niños madrileños de vacaciones en Benicàssim con un arsenal de simples paletas de playa y los condujeran a esos yacimientos con escasez de niveles estratigráficos conocidos por demasiados que callan y callan y vuelven a callar por temor a desatar, con el afloramiento de los cofres borbónicos, el mayor escándalo de los tiempos demócratas, sabedores de que la cobardía del silencio constituye a menudo la peor de las involuciones intangibles.

Sin embargo, los llamados partidos constitucionalistas no van a formar a niños arqueólogos por si acaso las galerías reales prospectadas tuvieran continuidad más allá de Suiza y el tesoro fuera tan indigno como imagina la plebe, como presiente la plebe, como desea una plebe harta de ungidos sin callos en las manos que solo saben leer discursos escritos por sus negros de cabecera.

Ni siquiera este PSOE cosmético que todo lo reforma, o lo insinúa, va a consentir que se visibilice lo que en los comederos más conspicuos de Madrid y de las otras ciudades que fueron capitales de una España más vergonzante que ejemplar, exceptuadas las playas y los boquerones, conocían hasta los cocineros, que el anciano rey, además de prostibulario e intermediario a sueldo, era, y es, como afirmó Juan Villalonga, tonto en los términos convencionales en los que se mide la inteligencia, pero un fuera de serie cuando se mueve entre los atolones que llevan al dinero mayúsculo, puede que no dijera atolones.

Celebraría equivocarme de nuevo y poder solicitar disculpas por mi escepticismo socialista si los mesnaderos de Sánchez admitieran a trámite la prueba de hidalguía que le exige el progreso a una dinastía idiotizada por la suma de generaciones sin barrer un patio y sometiera al vulgo, con la dación de fe de las urnas, a escoger entre monarquía o república, por fin, sin algaradas, sin amenazas, con la naturalidad de lo evolutivo, sin recurrencias a los hombres del saco de la historia, a lo duro que aporrea la Guardia Civil ni menciones a la maldita Guerra Civil también.

¿Monarquía o República? Después de casi 40 años, con el debut en este transcurso de Internet y de los tejanos rotos por las rodillas, ya sería tiempo de que se nos permitiera contar prosélitos de uno u otro ramal. Pero puede que una Constitución tan ejem€ejemplar, me atraganto, que invistió al rey como inviolable, no considere como legal, tampoco, ese referéndum y otras huestes, las de Llarena y sus retrógrados, acusen de rebelión a quien silbe siquiera el himno de Riego en una calle transitada por niños, y niñas, adoctrinables también de oídos.

Sobre negativa a profundizar sobre las grabaciones de Corinna por un PP cosido con silicona a los esputos de la Corona solo cabe añadir que produce un hartazgo vomitivo esa persistencia como organización mafiosa en el museo de cera de la modernidad, adosada a lo opaco, apostados sus miembros tras las cortinas de cretona, temiendo a que la libertad se vuelva contra ellos si la conceden de más. El discurso de oso cavernario de un Pablo Casado que ha decidido que lo de sus superpoderes académicos pudiera ser atribuible a su hermano gemelo o a su amigo imaginario, evidencia la comodidad con el pasado de los conservadores y su reluctancia a removerlo. Niños, y niñas, playeros de Madrid, os quedáis sin palas.

Y a propósito de la lanza quijotesca de Albert Rivera que arremete contra todo lo propicio, sonroja su inhibición, su fariseísmo político supervivencial cuando las actuaciones requieren un mínimo de rebeldía y ponerse del lado de la transparencia histórica. Qué mejor medida, Rivera de la subordinación a los que te nutren, para tu cansina unidad de España que fortalecerla pasando el algodón por la Corona y si sale negruzco el frotamiento, deponer a los Borbones después de 300 años de ocupación y los echamos de menos, si quieres, el día de la Pascua militar.

Esos mismos que rechazan investigar, por si acaso, el calado y el caladero de la fortuna del más cimero de los símbolos patrios, son los mismos que nos exigen cohesión emocionada ante los sonidos del himno, del oficial, y que nos enorgullezcamos del flamear de la bandera. No parecen estar sus arengas vacuas en consonancia con sus acciones y precisamente por esa falta de concordancia entre unas y otras, no consigo emocionarme de más con ninguno de los iconos españoles y me refugio en su geografía y en algunos afluentes secundarios para sentirme ligeramente territorial.

Es manifiesto que el rey prescrito no tiene una cuenta gruesa y larga a su nombre en el BBVA con el acumulado dinerario de su rapiña saudí y aledaña durante los 38 años de inviolabilidad otorgada (hay que tener redaños para no rebelarse contra esta prebenda faraónica, legal pero inmoral); pero resultaría higiénico que tras las últimas filtraciones se promoviera algo más que un raspado, aunque el pueblo es consciente de que quienes trajinan con BOES, bancos y contratos en la Meca, no van a facilitar al New York Times las pruebas concluyentes que les otorguen el absolutismo de la razón más allá de aquel titular semiolvidado. No me caben dudas de que no pocos de quienes se protegen a sí mismos con el blindaje de no tirar de la cadena monárquica le están deseando, desde la intimidad de sus inodoros, corta vida al rey para que la lentitud de la Justicia llegue a su destiempo correspondiente a la cámara acorazada de su presumible fortuna.

La República no mejoraría apenas nuestras vidas, pero algunos nos sentiríamos ventilados porque el olor a rancio provoca arcadas de desafección a quienes nos tenemos por evolucionados y acordes a estos tiempos sin toisones.