Dice el aserto popular que el fútbol levanta pasiones, y así quedó refrendado el domingo en Castalia. Ciertamente todos los partidos nunca fueron iguales, por mucho que se nos haga creer la indiferencia con que se recibe al contrario. Quiero decir que sin rivalidad resulta difícil de entender tanta adrenalina desbordada. No me imagino a un espectador llorando tras batirse el récord de lanzamiento de jabalina o una peña de seguidores animando en pos de una marca en salto de longitud. Sin un antagonista parece imposible alcanzar ese grado de paroxismo con el que vivimos el fútbol.

No existen precedentes de esa pugna aquí, así que colegiremos que esa suerte de disyuntiva excluyente nació al socaire del protagonismo cobrado por el Villarreal CF durante los años más críticos de la historia del CD Castellón. En todo este tiempo no ha faltado quien ha señalado a los vecinos como patrocinadores de nuestras desgracias, pero yo siempre he defendido que nuestro cainitismo y la facilidad para buscarnos enemigos en casa no requiere subvención alguna.

Otros disfrazan la animadversión latente como envidia sana, como maquillando el pecado. Competencia vendrían a llamarla. Sobre esa tesis se ha argüido la primacía entre los modelos de club como raíz del enfrentamiento. Como el presupuesto, estructura y capacidad groguets son infinitamente superiores al albinegro, la divergencia se supone viene de arrogarnos la representación de una seña de identidad, la exacerbación tribal, el orgullo: un intangible.

Concediendo el beneficio de la duda, supongo que aquello colaría con el Castellón de antes de Garrido, ya que ahora ha abrazado de lleno eso que los más críticos han bautizado como fútbol moderno. La lista de bajas del verano deviene prueba inapelable de la mutación por mucho que la grada se resista con fruición, y de esa lujuria albinegra bien que se alimenta el equipo para corregir las diferencias tácticas y técnicas. Y a eso nos aferramos, porque sobre el césped todavía se vio a un Castellón lejos de satisfacer nuestras ínfulas, aunque fuera contra el segundo equipo amarillo, que ya es conformarse con poco.

Sostengo que Sergi Escobar fue el gran beneficiado de la expulsión -por otra parte justa- de Eneko. El míster excusó así su acendrada e innata racanería y cerró el partido para acabar dando por bueno el empate. Tiempo habrá para más, porque esa es la moto que nos ha vendido el nuevo propietario y el fichador que nos ha endosado, quien por cierto ya ha puesto fecha para trasladar esa exigencia al banquillo con las consecuencias que se derivan.

Por el momento, y como predije la semana pasada, a falta de gente de la casa, Escobar está solo, cuestionado en un despacho, el vestuario y ya hasta sobre el terreno de juego. No es la primera vez que un futbolista le llama a capítulo durante el partido para corregir posiciones. El equipo necesita gente con carácter, pero los nervios no justifican las formas.

Cánticos.

Pero después siento vergüenza ajena cuando a un grupo le da por insultar a la ciudad de Vila-real, donde sería extraño que alguno de los habituales de Castalia no tenga familiares, amigos o un puesto de trabajo. Fue la misma grada desde donde nacieron los tristes sucesos de la celebración del día del ascenso. La misma gente que ha contado con un apoyo tácito por parte del club. Conviene no olvidarlo cuando llegue el momento de las lamentaciones y la búsqueda de responsabilidades.