Todos los colectivos vulnerables tienen su particular y metafórico techo de cristal. Pero, afortunadamente, en las últimas décadas, el nuevo enfoque político y actitud de la sociedad, ha permitido a muchos de ellos dar sensibles pasos para romper esas barreras que atenazan su carrera en pos de la igualdad. Sin embargo, hay un grupo, los enfermos mentales, para quienes ese camino es más empinado, debido, entre otras razones, al estigma social que le envuelve.

En Castelló, no obstante, hay una asociación empeñada en ayudarles a escalar ese muro para que los afectados accedan y gocen plenamente de sus teóricos derechos sociales, especialmente en el ámbito laboral. Es la Asociación de Familiares para los Derechos de los Enfermos Mentales (Afdem).

La entidad surgió en 1994, pero no fue hasta principios de este siglo cuando empezó a ofrecer actividades dirigidas a estas personas. El colectivo lo preside José Antonio Horta y su prioridad es clara: lograr la calificación de Centro de Día para la asociación. «El proyecto está muy avanzado y sólo falta concretarlo (dotaciones y personal) con la Conselleria. Sería un paso decisivo. Tendríamos más medios y personal» asevera el presidente.

Para Horta, el principal problema con el que se enfrentan los enfermos mentales es el estigma social que rodea al colectivo. «Se ha creado el estigma social de que estas personas son peligrosas, pero todo lo contrario, muchos de ellos son universitarios que en un momento determinado han sufrido un crisis y les deviene la enfermedad. La lucha contra ese estigma es una de las razones del trabajo de la asociación», comenta.

La entidad atiende en su sede de la calle Obispo Salinas, a un grupo de 40 personas. La nómina de personal es parca, pero netamente implicada en el proyecto: un psicólogo, una trabajadora social y una integradora social.

El psicólogo Vicent Savall advierte de que hay dos tipos de enfermedades mentales: «Está el trastorno común leve (insomnio, depresión leve o una fobia). Y El trastorno mental grave, que incluye (esquizofrenia o bipolares), que son los casos más incapacitantes y a los que nosotros atendemos», explica.

Savall señala que la asociación cuenta con un centenar de afiliados, aunque el número de personas afectadas es mayor. «Haciendo una estimación a la baja, en Castelló hay unos 2.000 afectados, aproximadamente entre el 1,5 y 2% de la población», puntualiza.

El experto subraya que un enfermo mental no es una persona incapacitada de por vida y el que primer problema con el se enfrentan en la detección. «No es fácil diagnosticarla . La mayoría sufre los primeros problemas en la adolescencia, pero pasa desapercibido, y llega a enfermar entre los 18 y 28 años. Por tanto, uno de los objetivos la detección precoz», insiste.

El psicólogo apunta a un déficit de la red asistencial. «No esta diseñada como sería deseable para la recuperación e integración global de estas personas. Se incide mucho en el aspecto farmacológico y hospitalario, pero no en el apartado de la recuperación de habilidades e inserción, especialmente laboral, de estas personas. En este terreno queda mucho camino por recorrer», asevera.

El experto abunda en que para estas personas es más grave las consecuencias que la enfermedad en sí misma. «Las consecuencias son la falta de recursos, empleo, vivienda, la soledad, que es tremebunda, y la discriminación social», dice. «La sociedad no acaba de ver del mismo modo a una enfermedad mental que otros tipos de discapacidad. Esta discriminación social es un barrera invisible, sobre todo a la hora de encontrar trabajo», indica.

Savall asegura que la enfermedad bien tratada se puede estabilizar: «Pero el colectivo tiene ese techo de cristal que no lograr romper y desarrollar una vida independiente».

La asociación ofrece un abanico de actividades para impulsar la actividad e interacción social de estas persona. El programa incluye un grupo de teatro, trabajos en el huerto ecológico de Mas d´Enriera, deporte (gimnasio y piscina) y sesiones de rehabilitación cognitiva. «El objetivo es que estas personas retomen las riendas de sus vidas», dice Savall. «La mejor medicina para estas personas es la actividad y aquí les ofrecemos esa posibilidad, aunque hay un 50% de ellos que podría trabajar como cualquier otra persona», remarca Horta.