Camino del brazo con Mercedes Ferreres Llorens por el cementerio civil de Castelló, donde se enterró a casi 500 personas víctimas de la represión franquista. En esta fosa, bajo esta tierra, están los restos mortales de su padre, Eduardo Ferreres Sospedra, fusilado como tantos otros en el cauce del río Seco. Está emocionada, y no lo oculta. Dentro de unas semanas la empresa ArqueoAntro, con el experto arqueólogo Miguel Mezquida a la cabeza, empezará las tres primeras exhumaciones que se realizan gracias a los 24.000 euros presupuestados por el ayuntamiento. Los sentimientos de Mercedes los comparten otras tres familias, las de Rafael Prades Trueba y José Monfort Gil, que esperan localizar a sus padres, a sus abuelos, para poder darles el adiós que nunca les dieron, para recuperar su memoria y dignificar su vida.

Mercedes cumplirá 91 años el próximo 23 de noviembre, pero en su interior sigue viviendo como si fuera ayer el fusilamiento de su padre cuando apenas tenía 12. En su cabeza se agolpan los recuerdos, de una primer época en la que su padre fue alcalde de Alcalà de Xivert «porque quemaban iglesias y santos y nadie quería serlo». Mercedes insiste en que su padre «siempre ayudó a todo el mundo; cuando venía el coche negret, él avisaba incluso al capellán para que no lo matasen».

Con la llegada de las tropas franquistas huyeron hacia Castelló, donde recuerda un bombardeo en la zona de la Farola: «Fue una matanza», señala, «porque las sirenas tocaron tarde». Finalmente, tras la famosa frase de Franco de que quien no tuviese delitos de sangre nada tenía que temer, Eduardo Ferreres se presentó a las autoridades. La respuesta fue una brutal paliza en Alcalà y su posterior traslado a la cárcel de Castelló.

El Sumarísimo de Ferreres, como otros tantos, fue una pantomima. La causa se abrió el 17 de marzo de 1939 y la condena a muerte llegó el 27 de septiembre. A Eduardo Ferreres se le acusó de asesinato y de quemar iglesias, considerado por ello «enemigo público número 1». «Mi padre dio la cara por muchos, pero después nadie hizo nada por él», se lamenta Mercedes. La familia fue continuamente hasta la cárcel de Castelló para llevarle comida y ropa, hasta que lo fusilaron. «Nos avisaron, pero no llegamos a tiempo. Una persona de pueblo que sí estaba se escondió en una caseta y vio como lo mataban, como le pegaron el tiro de gracia», comenta Mercedes agarrada a su hija, Mercé Bernal, mientas no pueden ocultar las lágrimas. «No pudimos despedirnos de mi padre».

Mercedes rememora los duros años de la posguerra, que sacaron adelante con esfuerzo. Hay además historias significativas que resumen aquella época, como la decisión de Eduardo Ferreres de ponerle el nombre Libertad a una de sus hijas, que nació en plena República. Finalmente, tras su fusilamiento y por presiones de la parte de la familia más beata, tuvieron que cambiarle el nombre por María Berta. Ahora, con la próxima exhumación, se muestra feliz con el deseo de poder dejar los restos de su padre junto a su madre.

Rafael Prades

Carmen Prades estuvo muchos años peleando por la exhumación de su padre, Rafael Prades Trueba, muy implicada en el trabajo del Grup de la Memòria Histórica. Falleció en 2011 sin poder ver que su sueño, su pelea, puede tener un final feliz. «Mi madre tenía mucha ilusión de poder verlo», nos confiesa su hija, Carmen Arnal -nieta de Rafael- quien lamenta que haya personas que estén en contra de estas exhumaciones. «Los que se oponen no saben que es para una familia tener a un ser querido enterrado en estas condiciones».

La historia de Rafael la contó Carmen Prades al Grup de la Memòria Històrica, y aterra descubrir que ella, con unos 11 años, fue testigo directo del fusilamiento de su padre. Porque era ella la que le llevaba comida y ropa a la cárcel de Castelló ya que su madre estaba enferma. Un día, al llegar a la prisión, le avisaron de que acababa de salir el camión con hombres a los que iban a fusilar. Allí estaba Rafael Prades. «Mi madre llegó en el mismo momento en el que estaban en el río para fusilarlos y gritó ´Padre, padre´, y el le contestó ´hija´... Lo vio todo», señala con emoción Carmen Arnal.

Es ella la que nos recuerda la vida de Rafael Prades en Castelló, como carpintero, con una casa en la plaza Notario Mas rodeada de «vecinos que fueron los que le delataron. Había muchos fascistas». Prades tampoco quiso huir a Francia y dejar a su familia, como Eduardo Ferreres, y acabó pagándolo. La posguerra, dura, muy dura. «Imagínate vivir en el mismo barrio, con la misma gente que llevó a mi abuelo a ser fusilado», señala. Rafael Prades está enterrado en la fosa del cementerio civil y, en este caso, en un ataúd, lo que puede facilitar su localización.

José Monfort

La tercera familia pendiente de la exhumación, actualmente residentes en Terrassa, es la de José Monfort. Era alpargatero en Forcall, un pueblo partido en dos, como otros, durante la guerra. Monfort tuvo gran actividad cultural, montó una cooperativa y viajaba mucho a Terrassa a vender alpargatas. Con la República se integró en el ayuntamiento, pero con el final de la guerra tuvo que huir.

Su hija, María Monfort (91 años), vive aún en la localidad catalana y espera venir a las exhumaciones junto a su hijo, Josep Viciana, que es quien nos recuerda la historia de su abuelo. José Monfort, desde su detención, estuvo un largo año en la cárcel hasta su fusilamiento, tiempo en el que «redactó numerosos poemas junto a otros presos, que se hacían llamar Los Ratones, porque aquello era una ratonera». Unos escribían, otros los pasaban a limpio, otros más los memorizaban. Me asombra su fortaleza mental», subraya Josep Viciana. Tras su muerte, la familia se fue a Terrassa. «En Forcall no podían vivir, «los insultaban».

Un ejemplo del odio nos lo resume Josep. «Se iban caravanas de gente de Forcall en medio de bombardeos. En uno de ellos el perro de una familia parecía haber muerto, pero no fue así. El animal volvió a Forcall y al verlo lo mataron a pedradas porque era un perro de rojos». Josep asegura que su madre nunca ha superado aquella época, el miedo. «Cuando ve una manifestación con la gente levantando el brazo se pone enferma».

Sobre la exhumación, Josep Viciana asevera que «hace muchos años que se tenía que haber hecho porque no puede haber tanta gente en la cuneta. No se puede tapar a la gente que tanto luchó por la libertad».