La fiesta del inicio del otoño en Vilafamés es conocida como Sant Miquel de les Veremes, por ser este el tiempo de la recolección de la uva. Recordemos que la vid, antes de que las autoridades ordenaran arrancar las cepas, fue el cultivo predominante en el Pla de l’Arc, el Maestrat y el Alcalatén. Entonces, algunos masoveros de estas comarcas además de acudir a los viñedos de la zona marchaban a realizar las campañas de la recogida en el Priorat y el Penedés, en el Principado de Cataluña, y también al Rosellón francés.

Mientras, en la comarca de la Plana, los vecinos de las barriadas de dalt de la vía contemplaban con alborozo el avance en bicicleta por la carretera general de las docenas de cuadrillas de temporeros que, procedentes del sur de la península, acudían al otro lado de los Pirineos pero el magro presupuesto no les daba ni para pagarse el billete de tren. El genius loci, a estos esforzados miembros de ese peculiar pelotón de ciclistas, los denominó «els de la volta a França», como si en lugar de vendimiadores andaluces o murcianos se tratara de seguidores de Federico Martín Bahamontes, la mítica Águila de Toledo que venció en el Tour del año 1956.

La leyenda de las dos madres

Hubo un tiempo, mucho más cercano, en que los valencianistas de Castelló -siempre partidarios de explorar el país- cultivaban la costumbre de peregrinar hasta el sur, más concretamente a las bodegas del compatriota y viticultor Salvador Poveda. A este productor de caldos se debe nada menos que la recuperación del vino Fondillón, un auténtico «fósil enológico» que, hasta que él le devolvió la vida, permanecía olvidado en una barrica del sancta sanctorum y en los textos literarios donde lo mencionaba Alejandro Dumas en El Conde de Montecristo. De aquellas visitas legendarias a Novelda los castellonenses siempre se traían hasta la Plana una botella y, ya en sus respectivas casas, presumían como buenos anfitriones de poseer el exótico elixir y lo administraban con celo, pues rara vez servían una segunda copita.

En tiempos del alcalde Gozalbo, el primer edil encargaba un pedido anual de dos ampollas a la tienda El Pilar de la calle Enmedio, para poder agasajar con la delicatessen a los invitados más ilustres de paso por la ciudad. Allí, en petit comité, el político socialista sacaba al enólogo que llevaba, pues siendo natural de Costur nada de lo vitivinícola le era ajeno. Y, de paso, les contaba la historia del Fondillón. Al parecer, al final de la Guerra de Independencia, los franceses en su huida de España, perdieron dos barricas que contenían en su interior la mare del vino que había sido el más preciado en el continente, el mismo que tomaba Luis XIV. La leyenda dice que un tonel cayó en Novelda y el otro en la rambla de Xert. Y madres no hay más que dos.