El capitalismo alimenta a los monstruos ideológicos que le convienen para seguir prosperando. Y lo hace, entre otras estrategias, mediante la difusión quirúrgica a través de los medios para absorber y contrarrestar a idealistas, comunistas, utópicos, ateos, abstencionstas y también a socialdemócratas que siguen creyéndose inmunes a la hipnosis subliminal. Pretende la doctrina acabar con la oposición ideológica y convertir al mundo en una oligarquía donde solo el capital, en abstracto, tome decisiones sin reparar en lo social. El escenario de El Cuento de la Criada, la distopía de Margaret Atwood, a la vista de la proliferación de ultraconservadores en gobiernos de países significados, no está tan lejos, solo que no parece necesaria una conflagración mundial para imponerse como absolutismo unificado.

Ni siquiera los librepensadores estamos a salvo de encogernos de ideas ante la potencia de la siembra de nubes de duda que despliega esa nebulosa capitalista, sin cabeza pero con garras, sin liderazgo único, pero entrelazados sus perpetradores con mando en mentes.

La victoria con suficiencia de Bolsonaro en las elecciones presidenciales de Brasil, quinto coloso en superficie del planeta y sexto en demografía, solo ha hecho que constatar el buen coeficiente aerodinámico de penetración de las ideas totalitarias entre esa masa electoral que no ha leído un solo libro desde que abandonó la enseñanza obligatoria.

Si a Bolsonaro, un discípulo del führer, lo hubieran encumbrado a la supremacía porcentual las clases altas podríamos estar hablando de lógica economicista en los resultados, pero el 46% largo de los brasileños con derechos a voto que se decantaron por él no parece representar solo a las élites. Filtraciones masivas hacia su causa de los estratos más bajos de una sociedad, imbuidos de una religiosidad que los vuelve maleables, crédulos, objetos animados en manos del mismo dios atemorizador de todas las eras, han aupado al homófobo, racista, misógino, sexista y dictatorial a una expectativa presidencial que podría no confirmarle como líder elitista investido por el pueblo, qué paradoja, en la segunda vuelta si al resto de votantes brasileños le entra el temblor futurible del miedo y se mancomuna electoralmente en su contra.

Resulta muy compleja la realidad de un país como Brasil, tan distribuido en su enormidad, tan variado de hábitats, tan explotable en recursos, para analizarla desde el atrevimiento desconocedor de una silla a miles de kilómetros, pero los hechos esenciales son tozudos y una clase baja, cansada de promesas que no le alcanzan, ha apostado por votar sumiso, imitativo, inconsciente, unificador, teológico; ha escogido votar de parecida manera a la de los alemanes en 1933, proyectando a un líder con tan pocos escrúpulos como complejos a la hora de exteriorizarlos.

Sucedió con Trump, un promotor de boxeo y concursos de belleza con abrigo de pelo de camello, inculto y carente de sentido del ridículo como buen yanqui, cuando fue investido presidente por la gracia electoral de los nativos de Wisconsin, Nebraska, Idaho, Wyoming y en general de todos los estados interiores (salvo Colorado, Nevada, Minnesota e Illinois, por su efecto Chicago) y costeros del sureste, más agrícolas que tecnológicos, más cazadores que ingenieros, más creacionistas que geólogos.

Con el transcurso del tiempo, se sigue incrementando la percepción de atentado a la inteligencia, también a la emocional, que un berraco como Trump se mantenga como uno de los dos hegemones del planeta; que un tipo con ideas propias de un granjero de Nebraska adorne la Casa Blanca con sus tuits idiotas, con sus políticas favorables a segregación y a la desprotección social, con sus veredictos legislativos involutivos y con una epidemia de cargos nombrados y desnombrados que, o le han salido ranas, o han estado acusados de tropelías carnales o de cualquier otra índole.

La presidencia de los EE.UU constituye el paradigma más notable de la supremacía de las mayorías incultas que se aman en exceso a sí mismos y desprecian al resto, incluyendo su derecho a la vida. Para las próximas su gabinete de asesores ya le ha echado el ojo a Góngora para robarle su eslogan de campaña "Ándeme yo caliente y ríase la gente" y volverlo todavía más esperpéntico. Además, los derechos de autor están ya prescritos.

Salvini, LePen, Putin, Erdogan, Orban, Casado, Rivera (por consignar algunos cachorros autóctonos), aborrecen a los negros, por excesivos; les importan hijo bastardo los diferentes, los feos, los homosexuales, los agnósticos, los abortistas, los dignos; cualquier tiranía que no emane de ellos mismos, cualquier escisión que no promuevan ellos.

Los homínidos están sustituyendo a los sapiens al frente de demasiados parlamentos de primer orden, o quizá ocurra que, permanente la evolución de las especies, estos últimos estén mutando hacia la insolidaridad con los desfavorecidos, no importa si son miles de millones, excedentaria una población terráquea que amenaza con irrumpir hacia los nortes prósperos en oleadas de bárbaros hambrientos.

Prevalece de nuevo lo ario, lo puro, lo italiano, lo francés, lo brasileiro blanco, lo español de himno, misa y centralismo; lo castizo de cada uno de los países en los que la ultraderecha gana espacio entre las minorías para dejar de serlo. La historia de la humanidad sigue ahí, consultable incluso en la Wikipedia, pero sus atrocidades parecen haber prescrito en estas generaciones a los que solo les suena de lejos la Segunda Guerra Mundial y el afán supremacista de su principal catalizador.

Aquí, en España, los medios siguen dedicando minutos a VOX, un partido sectario, fascista y vengativo que persigue la nostalgia de una España azuleada, creyente y sometida. El partido obtuvo poco más de 50.000 votos en las pasadas elecciones de 2016, mientras que PACMA se acercó a los 300.000. Pero rara vez aparece el partido animalista en periódicos, emisoras y sobre todo en televisiones (todavía grandes promotoras de ideologías entre la franja de edad que abarca desde los 40 hasta los 115 años) y sin embargo el partido que lidera la reencarnación de José Antonio, recoge espacio en telediarios de máxima audiencia para que el factor contagio tan cercano a la estupidez humana, unido al florecimiento ultraconservador en el planeta propicie un escenario de crecimiento exponencial de la formación. Y ya son tres para morder la tajada de la entrega de voluntades de electores ávidos de lustre en los desfiles y mano dura en los mares con pateras: Casado, Rivera y el fulano sin nombre.

El capitalismo, sus tentáculos invisibles sigue conquistando territorios y mentes en forma de gobiernos dados a lo prusiano en los decretos, a lo opresivo en las interrelaciones. Quienes más tienen, ansían tenerlo todo, y esa mayoría de iletrados que solo aspiran a la dignidad se están topando con muros intangibles construidos desde el desprecio. Pisarle las manos al que llega exhausto se está convirtiendo en el pasatiempo de demasiados. A chufla lo toma la gente (porque lo escoge así en las urnas), pero a mi me da pena y me causa un respeto imponente, como recitaría El Piyayo.