­­­­­­­Según dijo Napoleón Bonaparte: «La historia es a veces una serie de mentiras aceptadas de común acuerdo». Desde hace tiempo, en Castelló convivimos con dos medias verdades: «somos meninfotistes» y «somos liberales». Así ha sido desde que tenemos memoria y, más especialmente, en toda la época contemporánea. No obstante, hoy en día, la incógnita que nos sobrecoge es saber si los capitalinos sabremos resistir -como otrora hicieron aquellos paisanos frente a Cabrera- contra la rampante corriente iliberal que sacude Europa (y las Américas).

El Brexit, Salvini, Trump, Polonia, Hungría, Bolsonaro, Vox, las fakenews..., todo ello convenientemente agitado por los demagogos que habitan entre nosotros es un tigre más temible que el del Maestrazgo, que a pesar de fracasar en su escaramuza contra la ciudad de 1837, tuvo partidarios de su causa intramuros. Pero no caigamos en mitificaciones, pues, es de justicia atender a las recomendaciones de Josep Miralles. Según este historiador, en los «Tres días de Julio», no se produjo una «heroica defensa» y resulta «un cuento chino identificar el carlismo con el absolutismo». Y añade: «ciertos ´artefactos culturales´ (fueron creados) en interés de una clase particular, es decir, la burguesía».

El «secreto» castellonense

No obstante, por esa regla de tres y con permiso del historiador, el antídoto más eficaz de los castellonenses contra los enemigos del sistema representativo, nuevamente amenazado, igual no es ya el liberalismo -más o menos legendario-, si no nuestro tradicional «meninfotisme». Recuérdese que este fue el antiviral con el que el «todo Castelló» recibió a Serrano Suñer en el Casino. ¿Alguien podría asegurarnos que nuestros próceres coetáneos se mantendrían igual de indiferentes y flemáticos ante la visita de un nuevo cuñadísimo?