La ropa de los domingos era esa que tu madre solo te dejaba poner el llamado día del señor o en las diferentes fiestas de guardar. Era esa ropa que se solía aprovechar para hacerte fotos, cuando aparecía una cámara de fotos. Antes la cosa pasaba por tener la ropa de todos los días, esa que podía y debía tener la marca de un desgaste trabajado. La misma que evidenciaba un catálogo de sastrería de recuperación. Una ropa que permitía ir a clase, jugar a balón, salir con los colegas y, además, servía para acudir a discotecas o saraos varios. Una ropa que te permitía bajar al barro, caer al suelo o, acabar manchado de lo que fuera.

Llevar esa ropa te liberaba de presión, te permitía estar tranquilo ante la situación que hubiera que enfrentar. Daba igual asfalto y un roto, barro y una mancha o, saltar una valla y un siete, uno estaba preparado para todo y para compartir a lo que fuera. Pero con la otra ropa, con esa que te hace sentir guapo y especial, con esa ya no era lo mismo. Ahí ya no estabas preparado para nada, ya que un amago de rasguño, roto o mancha, era un drama. Así que tocaba jugar sin forzar, sin ir al límite y al choque, jugabas con la presión y el freno de mano puesto.

Tener que llegar con los pantalones buenos rotos, era lo peor de lo peor, era sentencia segura, y si me lo permiten? a los jugadores del Villarreal los veo jugando en el barro con el traje de los domingos. Los veo dentro de una situación que no esperaban, para la que ni se habían preparado; lo que les descoloca todavía más. Dijo Asenjo que lo primero era empezar a competir. Lo que más o menos se podría comparar con bajar al barro, para empezar a pelear palmo a palmo. Dejar de pensar que no vamos vestidos para esta guerra y comenzar a ver que el barro ya está por encima de las rodillas. Por lo que ahora ya no preocupa cómo quede el traje, lo que preocupa ahora es salir de ahí y salvar el pescuezo.