Cuando estudiaba, que ya es mucho decir, allá por los alegres ochenta, el profesor de lengua y literatura nos hacía leer el periódico al menos una vez por semana para crear una especie de diccionario de actualidad, en el que anotábamos aquellas palabras desconocidas, y cuyo significado luego formaba parte del enunciado de una destacada pregunta en cada evaluación. Así se las gastaba el mejor maestro que recuerdo, Paco Mariscal, y a quien hoy considero amigo pese a que no me enseñó todo lo que sabe, sin duda por culpa del alumno.

Me vienen a la memoria términos entonces novedosos como holding, expropiación, justiprecio o suspensión de pagos, que se correspondían con las noticias de la época sobre Rumasa. Digo yo si de entonces me viene la enraizada costumbre de seguir buscando cada término extraño del vocabulario que se cruza en mi devenir, que siguen siendo muchos. Más complicado incluso sería explicar mi singular manía de sacarles provecho extrapolándolos al mundo albinegro, pero esa ya es otra historia, psicológica tal vez.

Tan banal y egocéntrico exordio me permite justificarme ante la imposibilidad de resistirme a presentar a conveniencia los episodios meteorológicos sufridos este otoño especialmente lluvioso y la aparición de la ciclogénesis como el vocablo del que nace. La definición científica habla de la acumulación de bajas presiones que deviene luego en el aguacero. Y digo yo si de tanto sobar, aplaudir y loar al máximo accionista del CD Castellón, de haber reducido la exigencia, de haber bajado tanto la presión en suma, este no se habrá relajado y ahora nos llega la borrasca en forma de malos resultados, un ciclón de insulsos empates que todo lo arrasan a su paso.

Ya me he cansado del argumento facilón -y resignado- de que quien más se juega en este envite es José Miguel Garrido. Tenemos que creernos que ha puesto no sé cuánto dinero, pero ni lo ha demostrado ni tiene obligación de hacerlo, la misma que yo de dar por buena tan altruista premisa. Porque me cuesta mucho creerme que alguien que haya puesto en riesgo su patrimonio, y hasta su currículo profesional, porque del fútbol dice vivir, siga sin actuar ante tamaña acumulación de torpezas y errores. Eso, o habrá que empezar a pensar que él también forma parte de esa inutilidad que nos ahoga cual diluvio divino. Después de tantas jornadas disputadas ya no cuela el infortunio, ni siquiera los errores arbitrales como causa del descalabro climático. Ese paraguas está agujereado.

Peor sería pensar que todo obedece a una estrategia preconcebida, la de que sufrimos una tormenta provocada -yoduro de plata en las nubes y sinvergüenzas en las oficinas-, porque el objetivo no radique tanto en la buena gestión como en otras vertientes. Es lo que vino a decir no ha mucho un documental de El País TV, en el que abundaba en las apuestas manipuladas como negocio más rápido y seguro que el derivado de la ley y las veleidades deportivas. Muy fuerte, tanto como la ausencia de reacción ante el fracaso que estamos viviendo.

Por eso, porque la única forma de alcanzar el benigno anticiclón es la subida de la presión, insisto: Guti es un pusilánime que no tiene cabida cuando de sumar de tres en tres se trata; Guerrero ha demostrado que no tiene ni talante ni capacidad para planificar una plantilla, y menos los indispensables refuerzos de invierno; y Garrido va siendo hora de que demuestre a qué ha venido, cuando ni siquiera es capaz de asumir las causas judiciales contra Castellnou y David Cruz. Y que truene.