Hay cosas que te sorprenden, aunque, la verdad, tampoco tienen por qué ser sorprendentes. Pero uno no puede evitar llevar a la espalda una mochila de prejuicios, opiniones y protopensamientos ( Fred Vargas) que acostumbran la mirada y convierten en previsible todo lo visible. Cuando eso no ocurre, se produce lo inesperado, la sorpresa. Así, por ejemplo, uno no tiene nada que objetar a la gran exposición que se le dedica estos días en la ciudad a la Mare de Déu dels Desamparats, pero sí que me resulta sorprendente por imprevisible que el espacio elegido sea el museo de la Ilustración y la Modernidad, espacio que, en principio y por principios, no le es afín. Dicho esto, y sin embargo y más allá de la sorpresa que siempre es subjetiva, nada que objetar, ya digo: uno no milita en España 2000 ni en ningún tribunal de las buenas prácticas, así que Dani Mateo puede acudir al Rialto y Mongolia a La Rambleta.

El otro día, el periodista Voro Contreras le recogía aquí unas declaraciones al guitarrista de una banda de rock, Uzzahuaïa. Denunciaba el guitarrista que «las instituciones en València nunca han apoyado al rock duro»". Aquí también me funcionaron los prejuicios y, por lo tanto, la sorpresa. En mi ignorancia, que en lo musical roza la sordera, suponía que el rock duro es o era otra cosa, algo más subterráneo o periférico, más cañero y antisistema: contracultural, si eso existe. Tan sorprendente como ver a la Geperudeta en el Muvim, resulta imaginar a Rosendo o Extremoduro pidiendo el apoyo de las instituciones. No sé, porque estas cosas no tienen importancia, ni premio ni castigo, pero a este paso los grafiteros acabarán exigiéndole a Renfe una partida de sprays y los malotes una subvención a la delegación del Gobierno para pasamontañas.

No crean, sin embargo, que la sorpresa la provoca solamente lo imprevisible: a mí me sigue sorprendiendo la «recalcitrancia» y perseverancia de los obispos con el sexo y sus alrededores. El otro día, su nuevo portavoz (¿cabe la novedad en la verdad milenaria?), volvió a liarla. Pidió que los candidatos al sacerdocio fueran «enteramente varones y, por tanto, heterosexuales». Ya ven, de repente o suddently, un susto. Las conjunciones y los demás conectores son muy cabrones. Te sacas de la sotana un «por tanto» y terminas por identificar a los varones enteros con los heterosexuales y a los homosexuales con el vizconde demediado, siendo los bisexuales el barón rampante. Parece que además de varones los quieren célibes y, puestos a ello, lo lógico sería que los quisieran sin «tendencias», por aquello de que si no vas a escribir para qué quieres manos. Pues no: los quieren de tendencia heteresosexual que, en el ámbito del no, debe ser más llevadera que las otras, una potencia menos activa, por hablar en aristotélico. No pasa nada, sin embargo: en esto del sexo, un palmo más o un palmo menos, todos igual.