El Atlético de Madrid agrandó su imponente racha en el Metropolitano con una victoria frente al Alavés mucho mas cómoda en el desenlace que en el desarrollo, abierta por Niko Kalinic, sostenida después por un ejercicio de resistencia, sentenciada por Antoine Griezmann y cerrada por Rodrigo Hernández.

Una goleada excesiva en el marcador y concluyente con la pegada que demostró el conjunto rojiblanco frente a un bloque vitoriano que se acercó al empate en la reanudación, pero que terminó doblegado al contragolpe.

Más allá del insistente fútbol entre líneas de Griezmann o el juego de espaldas de Kalinic, la vía la tenía clara el Atlético. La cuestión era llegar hasta ahí -lo hizo con un paciente y buen manejo de la posesión del balón- y, después, culminarla con el remate. Lo primero lo logró desde el inicio; lo segundo le costó 25 minutos con el gol de Kalinic.

Aún no había sufrido entonces el Atlético el contratiempo que ya casi es habitual en sus últimos choques en casa: una lesión. En este caso, Lucas Hernández. El campeón del mundo francés se dañó la rodilla derecha, se probó, intento seguir... No pudo. Superada la media hora pidió el cambio. Su sustituto Giménez, recién recuperado, después de cinco partidos fuera de acción por una dolencia muscular.

Un cambio de piezas en la defensa del equipo rojiblanco, que aparte de la batalla que propuso en cada balón Calleri, al que Savic privó de un remate más que peligroso, solo contó un tiro en contra en el primer acto, de Ibai, ya con 1-0 y a las manos de Oblak; aún el Alavés sin la determinación que requiere sobrepasar su firmeza.

Sí la tuvo en el segundo tiempo el Alavés, que había seguido dentro del partido porque el poste repelió un cabezazo de Giménez, pero ya con más juego en el campo contrario, más presión alta, más incisivo y dominador de un Atlético a la espera en su territorio, aliviado porque Calleri falló un remate y Oblak despejó un tiro.

Pero también alertado de que el encuentro ya no se jugaba a lo quería él, sino a lo que pretendía el Alavés, con el riesgo que eso supone con un marcador tan corto. Mientras uno, el ganador parcial, se encomendó a la contra, casi desaparecido ya de la portería rival, otro sentía suyo el balón, el control y las contadas ocasiones. Así entró el partido en el tramo final, en esa tensión de que cualquier detalle o el más mínimo error separaba la delgada línea entre un indispensable triunfo o un decepcionante empate, con un desenlace que no tuvo certeza hasta un contragolpe definitivo que culminó Griezmann con suspense, en el minuto 82. Su primer tiro dio en el palo, el segundo fue la sentencia de la victoria local que cerró Rodrigo.