Quiero empezar recordando, aunque ya lo he dicho demasiadas veces, que a mí no me enamora el fútbol, de lo contrario me enrolaría como seguidor del Barça. El aficionado del CD Castellón es otra cosa, ni mejor ni peor, pero distinta; tiene mucho más que ver con el orgullo tribal y la genealogía, razón que se arrogará cada gentilicio, y yo no iba a ser menos. Reniego de aquellos apátridas que no defienden el legado de sus padres.

Tampoco descubro nada si repito que me molestan los entrenadores que para justificar tal condición inventan tácticas y alineaciones, anteponiendo su ego a las necesidades del equipo, ergo no pueden caerme bien los filósofos tipo Jorge Valdano, que pontifican sobre todo pese a que en el banquillo nunca demostraron nada.

Con los dos primeros párrafos, aunque sea de pasada, pongo ya en antecedentes a Óscar Cano sobre lo que puede esperar de mí cada miércoles, no vaya a ser que se crea a Enrique Ballester, quien aprovechando la generosidad de estas páginas, y con sarcasmo -a mitad camino del servilismo y la crítica acerada-, dejaba entrever un futuro idilio entre el técnico y este apasionado columnista por mor de una supuesta coincidencia llamémosle intelectual, si se me permite la inmodestia.

Con cada uno en su sitio, no me negará el nuevo entrenador del Castellón que lo tiene todo para convertir el tradicional cadalso albinegro en poco menos que un altar. Así lo deseamos hasta los más críticos, que no le quepa duda. Mi argumento para confiar en él viene dada por la ventaja que se le supone por relevar a un pusilánime que lo único que ha conseguido es dejar en evidencia -más- a la dirección deportiva, y cuya mediocridad no viene implícita por la aplastante crudeza de los resultados cobrados, si no por despedirse a la francesa, no sin antes cuestionar la falta de apoyo recibido desde la grada, que luego intentó enmendar de soslayo en redes sociales. Su paso por nuestra historia no ha podido ser más definitorio para su ya de por sí pobre currículo.

Cano, al contrario, transmite positivismo. Hasta logra convencernos de que la plantilla está cualificada para la permanencia aunque sólo sea para mantener esa comunión con la afición y hacerle partícipe del cambio de objetivos. De puertas para adentro clamará por la no menos necesaria búsqueda de refuerzos, porque la tozuda realidad es que recibimos demasiados goles pese a contar con un portero de categoría superior cuya contratación, dicho sea de paso, no corresponde a la agenda de Guerrero; como cuesta dios y ayuda marcarlos, dejando en entredicho los delanteros fichados, estos sí, desde la orilla del Guadalqui(vi)vir.

La teoría del nuevo técnico es que los jugadores se sobreesfuerzan, que ya es curioso pedirle a un niño que estudie menos, o a cualquier trabajador que no produzca tanto. Pero quiero verlo como parte del empeño en levantar la alicaída moral que, esa sí y mucho, pesa lo inimaginable.

Nadie dijo que fuera fácil con la herencia de una plantilla descompensada, como quedó de nuevo de evidencia con el estridente fracaso en Perelada, para nada imputable a Cano, cuya liga empieza ahora con menos cinco. No le faltará la ayuda de la afición a poco que nos corresponda.

En el juzgado. Es práctica habitual en la prensa local ningunear las noticias de los demás. Por eso no me sorprende que otros no hayan querido hacerse eco de la gravísima reprimenda que supone para el club, para los Bruixola boys y Garrido en definitiva, el hecho de que el juez les reclame la documentación que ellos han venido negando sistemáticamente al máximo órgano de la sociedad, la junta general de accionistas, y al ayuntamiento. Esa falta de profesionalidad ha beneficiado la práctica oscurantista perpetrada a conciencia desde el club, lo que tampoco favorece la campaña para la ampliación de capital que viene a demostrar que no era oro todo lo que relucía. Ese es el club que también se encuentra Óscar Cano. Avisado queda.