siempre que llegan estas fechas parece una obligación trasladar los mejores deseos, aunque sean intangiles y utópicos, al resto del mundo; incluso, y sobre todo, a quienes el resto del año ignoramos o, lo que es peor, hasta vituperamos. Antes todavía existía la criba de Telefónica o Correos, que nos hacían pagar y reducían implícitamente nuestros compromisos sociales, pero ahora, por mor de los whatsapp y demás herramientas tecnológicas nadie se resiste a enviar la felicitación más original y multitudinaria, por cutre que pueda resultar.

Debo ser el rarito, porque me cuesta contestar a tanta charlatanería congelada 364 días. Así que espero disculpen esa misantropía de la que hago gala. Qué quieren que les diga, a mi las navidades ya no me resultan lo mismo que cuando de niños le cantábamos villancicos al abuelo Manuel a cambio de las estrenas y degustábamos manjares de la abuela Carmen, y sobre todo ahora que no está mi padre, el Blanco, inundándolo todo con su generosidad y su alegría, y tantos otros como nos han dejado. Ni siquiera la arrolladora entrada en mi vida de María y Ester corrigen lo suficiente las ausencias; al contrario, es ahora que veo disfrutar a mis sobrinas cuando más nostalgia siento. La puta edad me dicen.

En esa misma línea, no se me ocurre mejor y más cínica estampa que aquella navidad de 1914 con soldados alemanes e ingleses cantando el stille nacht desde sus respectivas trincheras, las mismas que pocos días después eran objeto de los respectivos cañones. Por eso no entiendo ni comparto esa especie de concesión a uno mismo, ese autoengaño tras el que refugiarnos el resto del año. Puede que por eso mismo yo sucumbiera y asistiera a misa en Nochebuena.

Me rebelo contra tanta guirnalda hecha palabra, falsos deseos y no poca hipocresia. Y como mi sed de venganza y justicia es superior a la ñoñería que me dejó hace tiempo sin navidades felices, no considero que haya cambiado nada esta semana para no seguir deseando que paguen aquellos que nos dejaron hundir en el infierno de la Tercera División mientras contaban el dinero de las comisiones; que se conozcan, por tanto, los detalles de la transacción de acciones de Osuna a Cruz y de éste a Montesinos y Garrido, para saber quién ha participado con su silencio cómplice de aquel ignominioso delito. Y que los culpables purguen muchas navidades juntos en la cárcel.

Algo está cambiando.

Más allá del postureo oficial de que se le va a dar más protagonismo a Dealbert en detrimento de Guerrero, entre otras cosas por indemostrable mientras no se despida al primero por inútil, y en estos días de deseos, confío en llevarlos más allá, y que no se pierdan entre la resaca de tanto almíbar y gazmoñería, de manera que Cano tenga algo que decir sobre los refuerzos. Solo en él confío.

Post scriptum: De la junta general de accionistas y la ampliación de capital ya hablaremos el año que viene, que es cuando nos han convocado, no sea el caso que la fanfarria y la zambomba que persiguen con sus halagos a Garrido acaben convirtiéndole en mártir y en un prototipo de Ebenezer Scrooge albinegro. Está por ver si merece ser el bueno en este cuento.