La Casa Santa Cándida, edificio tradicional ligado al pasado de Benicarló, supone un testamento vital de la mutación de un municipio rural al que, como a tantos otros, la llegada de la electricidad y la tecnología de la época industrial supuso un cambio imparable que trasformó para siempre la vida de sus vecinos. En esta casa, no obstante, el tiempo se ha detenido y pasa de puntillas por sus diferentes estancias.

La vivienda presenta tres plantas y sus moradores originales era la familia Piñana, Batiste y Rosa, un matrimonio agricultor. El edificio fue adquirido por el Ayuntamiento en 1988-89, como explica Gemma Marzà Arin, conserje cultural. Su inauguración tuvo lugar en el 14 de febrero de 2014, gracias a las donaciones de la misma ciudadanía benicarlanda. «Es un ejemplo de la arquitectura popular urbana», indica Marzà.

Cuentan que Batiste era tan alto que llamaba la atención, y que en las reuniones o comitivas como procesiones se le veía llegar desde lejos, ya que poseía una altura más elevada que la media de la época. En la casa se conserva su bastón de madera.

El propietario posterior que adquirió la casa lo encontró en ella, y posteriormente lo donó. Actualmente cuelga de la pared, muy cerca de la entrada. Y si hay que empezar por describir la entrada, contaremos la puerta partida que también pertenecía a la mayor parte de las viviendas de entonces, con la habitual gatera en un bajo, lateral, por la que, además de entrar y salir los gatos de la casa, también se depositaba la llave de grandes dimensiones -una para toda la familia-, para que fuese encontrada por el siguiente en llegar a casa.

El edificio contiene en su planta baja dos depósitos conocidos como cups que tenían diferentes funciones, por un lado era el lugar en el que se pisaba la uva de las viñas -Benicarló tiene un pasado ligado económicamente a las viñas y a la producción del vino Carlón -, y en los que también se guardaban productos perecederos cuando se encontraban vacíos de la preciada uva. Sus tapas de madera fueron sustituidas por cristales pro lo que los visitantes pueden observar su interior.

Al fondo, en la planta baja, el espacio para el caballo, mula o burro. Como apunta «era uno más de la familia».

De hecho, las plantas bajas muestran techos tan elevado para poder guardar el carro -vehículo de transporte ligado a los caballos-, que se depositaba en vertical para que ocupase el menor espacio posible. El fregadero junto a la entrada es otro de los puntos a tener en cuenta. Un palto con terreta d'escurar, la tierra que se usaba para lavar la vajilla, completa el cuadro costumbrista.

Otra curiosidad ligada a aquellos tiempos es la falta de ventanas o los pequeños ventanucos en las alcobas. Como sucede en la Casa Santa Cándida, las alcobas se muestran divididas por tabiques bajos -los originales fueron de molidos en 1988 con la restauración parcial de la casa-, aunque también eran estancias que se separaban mediante cortinas. No presentan grandes ventanas, sí un balcón en el que se cosía, aprovechando las horas del día. Las familias más adineradas contaban con camas de madera o metal. La altura de las camas era enorme debido a la superposición de jergones, tanto, que a menudo para subirse a la cama había que utilizar un baúl o silla pequeña.

Esto se debe a que entonces las horas de luz eran aprovechadas para trabajar, y las habitaciones exclusivamente para dormir. A principios del XX la moda higienista aconsejó que las ventanas se agrandasen para permitir entrada de luz y ventilación. Fue entonces también cuando empezaron a instalarse servicios de evacuación de aguas usadas y agua potable o la recogida de basuras. En un lateral, una sala de estar que se abre al balcón, también rincón de juegos, contiene juguetes hoy convertidos en piezas de museo. Dos mecedoras que anteriormente acogieron a clientes del famoso Bar Continental, lamentablemente ya derruido, forman un trío junto a un brasero. Un baúl antiguo rescatado así mismo del conocido bar completa la escena.

La cocina es otro de los tesoros del edificio. Las baldosillas de cerámica decorada rodean la chimenea en la que puede apreciarse una olla de hierro. Alacenas, mesas con utensilios antiguos y representaciones de alimentos nos vuelcan en las interioridades de la gastronomía familiar.